martes, 19 de mayo de 2020

“La sonrisa de la perestroika”



Como decíamos en nuestro artículo “La mentira estatalizada”, insertado en este blog con fecha 18 de febrero de este año 2020, vamos a comentar el libro “La sonrisa de la perestroika. Gorbachev y el imperio soviético entre la decadencia y la reforma”, autor Mateo Madridejos, Editorial Plaza&ampJanes Editores, S.A., 1988, 254 páginas, incluido “Índice onomástico”, página 249.

El libro consta de una “Introducción”, XI Capítulos, páginas 15 a 220, y “Apéndices”, páginas 225 a 245. Como ya se imaginarán, la obra trata de la situación en la que se encontraba la destartalada URSS durante la década de los años ochenta del pasado siglo. El mismísimo Mijail Gorbachov, que era secretario general del PCUS, exhortaba e impulsaba los necesarios cambios para hacer una “reforma radical” del sistema, tanto en el aspecto social, económico y militar.

En el Capítulo V I I I intitulado “El estado del imperio”, páginas 163 a 178, se comenta la actitud que tomaron los países comunistas de aquel entonces ante la perestroika. Así, por ejemplo en la página 76 se lee:

“Rumania
Los inquisidores de Bucarest también expurgan los discursos de Gorbachev mientras en las páginas del diario local Scinteia, los apologistas de la situación alaban sin pudor ‘el prestigio luminoso del camarada Ceausescus’, en el poder desde 1965, empecinado en proseguir ‘la edificación de la sociedad multilateralmente desarrollada’, que por el momento no es sino un régimen de oprobio que perpetúa en el país el nivel de vida más bajo de Europa”.

(Conviene recordar que Ceausescu y su esposa, tras una sublevación popular, fueron ejecutados el 25 de diciembre de 1989 debido, entre otras cosas, a su política autoritaria, despótica, represiva y violenta. Fueron capturados cuando intentaban fugarse de Rumania. Los cargos que se le imputaban fueron los de genocidio, destrucción de la economía, desfalco y otras cosas).

En las páginas 178 y 179, se lee:

“Bulgaria
No se conoce ningún movimiento de disidencia organizada. Las campañas más ruidosas están dirigidas contra el alcoholismo, con febrero como ‘el mes de la sobriedad’, y contra la ‘música capitalista’ que, al parecer, causa estragos entre los jóvenes de Sofia y las playas del mar Negro”. Más fanatismo y lavado de cerebro no se pueden pedir.

En el Capítulo I, intitulado “El legado de Brejnev”, y en el apartado “Economía y sociedad”, páginas 24 a 30, se lee en al 27:

“La agricultura y los bienes de consumo son dos de los sectores económicos cuyos fracasos son más visibles en la URSS. La importación de cereales alcanza los cincuenta millones de toneladas. El consumo de carne se ha elevado en el 30 por ciento desde 1965, pero el racionamiento se impone incluso en las grandes ciudades; los aparatos electrodomésticos están al alcance de la población urbana, pero su calidad deja mucho que desear y su reparación se transforma en una pesadilla para el ama de casa. El automóvil, por pequeño que sea, es un bien de lujo y muy escaso, con demoras en la entrega de cinco o más años, a pesar de los numerosos intentos de democratizar su uso, patrocinados personalmente por Brejnev, un apasionado coleccionista de las grandes y lujosas marcas. La producción soviética de automóviles no llega a la mitad de la de España”.

Dentro de ese mismo Capítulo y apartado, se lee en la página 25:

“La gran paradoja tenía otras expresiones. La URSS era la segunda potencia económica del mundo el primer productor mundial de petróleo y el segundo de gas natural, pero su renta por habitante y año era tan sólo de 4.550 dólares en 1980, sensiblemente inferior a la de España (5.350 dólares. El retraso era considerable en algunos sectores de tecnología avanzada, como las comunicaciones, con tan sólo un teléfono pro cada diez habitantes en 1.982”.

Recomendamos leer este magnífico libro.

Nota.- Conocimos un individuo que decía que la URSS "una sociedad perfecta”. Este sujeto, allá por los años 40 y 50 del pasado siglo XX, traficó con la penicilina, haciendo una considerable fortuna. No se comprende muy bien que no haya ido a vivir a la “sociedad perfecta”, aunque, bueno, si allí hubiese traficado con la penicilina como aquí, hubiese durado menos tiempo que lo que paraba el antiguo expreso en la estación Peñamiel.



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