viernes, 27 de diciembre de 2019

“El bulo de los caramelos envenenados” ( I )




Así se intitula el librito de la ex marxista Regina García García, Publicaciones Españolas, 1953, 31 páginas incluido Índice.

Como ya hemos escrito en otra ocasión, Regina García es una de las personas que han sido borradas de la historia por los “historieteros” paniaguados. Nacida en la Coruña en 1898, fallecía en Madrid en 1974.

Pertenecía al PSOE en los años treinta del siglo pasado, siendo candidata de dicho partido en la elecciones de 1933 por Ciudad Real y Murcia. Durante la Guerra Civil fue la responsable de Prensa y Propaganda del Estado Mayor del General Miaja. Al terminar la guerra fue detenida y condenada a doce años de prisión, pero sólo cumplió un año de condena, ya que fue indultada y liberada en los últimos días del año 1940. 

Posteriormente se dio cuenta de todo el engaño marxista y, arrepentida escribió los libros  “Yo he sido marxista. El cómo y el por qué de una conversión”, Editora Nacional 1952, 428 páginas incluido Índice, libro del que ya hemos hablado en este blog, y “El bulo de los caramelos envenenados”, Publicaciones Españolas 1953. Vamos a transcribir en una serie de entregas lo que nos dice esta señora en este libro.

Como ya saben, los de la “recuperación de la memoria histórica” (estúpido pleonasmo), sólo se ocupan de las víctimas de un bando, que tal parece que son más víctimas que las del otro. Lo que escriben no es Historia, sino historia, a la vez que se convierten en “historieteros” y no en historiadores. En este libro queda reflejada la realidad de aquella república, preñada de odios, mentiras, falsedades y crímenes, todo esto omitido por dichos “historieteros”. Dicho esto, empezamos en la página 3, en la que se lee:


“El 4 de mayo de 1936 fue un día en que, como tantos otros, en la «pacífica» Repú­blica Española se tino de sangre la cró­nica ciudadana madrileña. Hubo más de cien linchamientos e incendios y saqueos de las escuelas católicas y de los conventos que aún quedaban en pie, ya que fueron mu­chos los que en fechas anteriores habían sido incendiados por aquellos que se decían amigos y amparadores de todas las liber­tades y creencias. De todas, sí, de todas las suyas, pero no de las de los demás.

Los periódicos de aquellos días no dan noticia de estos tristes hechos; acaso en la sección de sucesos alguna nota que decía: «Según nos informan en las Casas de So­corro y en las Clínicas de Urgencia, ni en el día de ayer ni en los anteriores ha sido asistido ningún niño por envenenamiento.»

Realmente, esta noticia era incompren­sible. Era algo así como decir que sí había niños envenenados.

Sin embargo, la nota tenía su razón, que era la de informar a los asesinos y linchadores del día anterior de que «su justicia» había andado equivocada, al castigar deli­tos que no se habían cometido. Porque toda la serie de atropellos y crímenes ha­bían obedecido a la sed de venganza del populacho enfurecido con la especie de que los religiosos de ambos sexos y las damas de Acción Católica se dedicaban a repartir caramelos envenenados entre los niños de los obreros para «acabar con la simiente marxista». La reacción fue espantosa. En los barrios extremos, la masacre no tuvo freno. Sólo en un trozo de la calle de Bravo Murillo, en Cuatro Caminos, hubo cinco linchamien­tos, sin que las autoridades, avisadas en los primeros momentos, intervinieran para impedirlos.

«El bulo de los caramelos» fue uno de los tremendos motivos que llamaron po­derosamente a la conciencia nacional, ha­ciéndole sentir el abismo en que, cada vez más, se precipitaba España. Setenta días después, el asesinato de Calvo Sotelo por unos criminales ejecutores de las órdenes del Gobierno y prevalidos de un carácter que el propio Gobierno les dio, colmó la medida y apresuró los acontecimientos que se venían preparando como operación qui­rúrgica imprescindible y salvadora, desde que el cáncer comunista infectó la entraña del país.

Era urgente atacar el mal, que amena­zaba hacerse incurable en poco tiempo, como lo demostraba la actitud de ciertos sectores populares, no peores ni mejores que el resto de la nación, pero sí más permea­bles a ciertas prédicas, y muy fáciles de manejar con señuelos de simple demagogia; según había ocurrido a lo largo de los años, se había agravado en los últimos y cobra­ba caracteres alarmantes desde la funda­ción y actuación del Partido Comunista”.

Continuará.



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