Esta palabra, junto a las de democracia y libertad, es usada con mucha frecuencia precisamente por aquellos que fomentan el odio y la división. No hay más que dar un vistazo a nuestra sociedad actual en la que, por culpa de grupos fanáticos, ya sean religiosos o políticos, la están minando y dejándola sin valores, por mucho que hablen de “avances”, de “progreso”, de “alianza de civilizaciones” y de las monsergas de siempre.
En el comienzo de este siglo XXI, se han perpetrado actos terroristas terribles, cuyos autores los han justificado en nombre de un paraíso extraterrenal, en contra del terrorismo y la violencia del pasado siglo XX que se hacía en nombre de un paraíso terrenal, como el que proclamaban el fascismo y el comunismo, sobre todo éste que, con su “pax soviética” tenía encandilado a medio mundo.
A pesar de estas terribles experiencias, aún no hemos sido capaces de desterrar
para siempre el terrorismo y la violencia. Ahí tenemos los atentados de las
Torres Gemelas, la masacre de Atocha o la del metro de Londres, amén de los que
se “inmolan” con bombas lapa con la promesa de un paraíso.
Decía el Papa
Juan Pablo I I que “La paz exige cuatro condiciones esenciales: verdad,
justicia, amor y libertad”. Mientras no se siga por este camino, no habrá
paz.
Nos viene a la
memoria una frase pronunciada por el guitarrista norteamericano Jimi Hendrix, muy
de moda en nuestros años de juventud, que dijo en su día: “Cuando el poder del
amor supere al amor por el poder, el mundo sabrá que es la paz”
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