En Cataluña, y en algún sitio más, el advenimiento de la nueva ola “coronavírica”, que puede que sea una oleada, todas las personas que no hablen el catalán, es decir, los españoles, quedan fuera de la información sobre el asunto de salud. Estas personas españolas emigraron, y emigran a regiones en las que la lengua vehicular de los asuntos públicos sea el idioma español para poder enterarse de este tema, y de otros, a los que contribuyen con sus impuestos porque, tal como están las cosas, “Catalonia ens roba”. También son excluidos de esta información sanitaria los turistas, con el impacto negativo que esto puede suponer. Ni que decir tiene que todas aquellas personas que residen en Catalonia y que quieren acceder a cualquier puesto de trabajo público, se las exige que hablen el catalán.
Como ya se estarán imaginando, estas medidas
hacen que el desempleo aumente, cosa de la que no se dice ni pío. Ahí está la
tasa de paro juvenil entre los menores de 24 años: 38%, que sitúa a España con
la tasa más alta de la Unión Europea.
En fin, el independentismo, el separatismo,
la ruptura con España, o como quieran ustedes llamarlo, llega a tal paroxismo
que hasta se elige al idioma como
instrumento, como herramienta, como utensilio, y hasta como chirimbolo, para
señalar y separar a la ciudadanía entre buenos y malos. Ya saben: “¡Puta
España!”.
¡Ah!, una cosa: decía el criminal Stalin que “el
idioma es un instrumento de desarrollo y un arma de lucha”.
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