Una vez ya tomado el poder por los bolcheviques, se procedió a la redacción de la Constitución, que transmitía, en medio de la psicosis revolucionaria, la psicología de los dirigentes que, entre otras cosas, predecían con auténticas ensoñaciones, la transformación de la Humanidad.
Para empezar diremos que en dicha Constitución no se contemplaban ni se aceptaban los más mínimos conceptos de libertad e igualdad, por mucho que la propaganda marxista se esforzó, y se esfuerza, en mantener todo lo contrario.
Así, por ejemplo, todos los organismos no se cimentaban en el sufragio universal, a la vez que los cuerpos legislativos estaban supeditados y subordinados a la dirección del partido, que era el que los fiscalizaba.
Asimismo, no se contemplaba ningún derecho cívico ni político, como también se negaba el derecho a los alimentos al que no trabajaba. Tampoco contemplaba la universalidad en derechos y deberes, existiendo una casta privilegiada. Sobre este particular recomendamos leer los artículos sobre los libros “La nomenklatura. Los privilegiados en la URSS” y “La corrupción en la Unión Soviética”, comentados en este blog con fechas 14 de junio de este año 2.007, y 2 de noviembre de 2.016, respectivamente.
Sobre la citada casta privilegiada, Mark Veniaminopvich Vishniak nos dice en su obra “El régimen sovietista”, Imp.Juan Pueyo, Madrid 1920, 111 páginas, lo siguiente:
“Mientras que los soldados del ejército rojo y los miembros del parrido comunista, que gozan de los mayores privilegios, tienen derecho a una libra y, a veces, hasta libra y media de pan diaria, los obreros y los funcionarios sovietista menos privilegiados sólo perciben tres cuartos de libra, y las personas no privilegiadas que aceptan lo que se llama la plataforma sovietista, sólo reciben media. La cuarta categoría, que engloba a todos los demás ciudadanos, verdaderos parias del régimen, sólo tienen derecho a un cuarto de libra”.
Por otra parte, y como a se sabe, el grito de guerra revolucionario era “todo el poder para los soviets”, pero esto ha sido un mito, ya que el poder público, que nadie controlaba, estaba en manos del gobierno central, cuyos miembros no eran reemplazados, ni sustituidos ni elegidos por ningún órgano representativo.
La única función de dichos miembros era la de ratificar todo lo que se les dictase. Nunca se toleró ni la más breve crítica ni un solo voto desfavorable en contra de los miembros del gobierno. En una palabra: todos los diputados eran funcionarios del gobierno, que era el que los retribuía estando, obviamente, bajo su protección, vigilancia y dependencia.
Continuará
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