Como decíamos en la anterior entrega, vamos a dedicar unos artículos a José Antonio, del que sabe muy poco y sobre el que se ha mentido mucho, con motivo del octogésimo aniversario de su fusilamiento.
En el libro “Obras de José Antonio Primo de Rivera. Edición cronológica, recopilación de Agustín del Río Cisneros”, Editorial Almena 1971, 1153 páginas, incluido Índices, en las páginas 268 y 269 se lee lo siguiente:
“Pero porque resulta que nosotros hemos venido a salir al mundo en ocasiones en que en el mundo prevalece el fascismo –y esto le aseguro al señor Prieto que más nos perjudica más que nos favorece–; porque resulta que el fascismo tiene una serie de accidentes externos intercambiables, que no queremos para nada asumir; la gente, poco propicia a hacer distinciones delicadas, nos echa encima todos los atributos del fascismo, sin ver que nosotros sólo hemos asumido del fascismo aquellas esencias de valor permanente que también habéis asumido vosotros, los que llaman los hombres del bienio; porque lo que caracteriza al período de vuestro Gobierno es que, en vez de tomar la actitud liberal bobalicona de que al Estado le da todo lo mismo, de que al Estado puede estar con los brazos cruzados en todos los momentos a ver cuál es el que trepa mejor a la cucaña y se lleva el premio contra el Estado mismo; vosotros tenéis un sentido del Estado que imponéis enérgicamente. Ese sentido del Estado, ese sentido de creer que el Estado tiene algo que hacer y algo que creer, es lo que tiene de contenido permanente el fascismo, y eso puede muy bien desligarse de todos los alifafes, de todos los accidentes y de todas las galanuras del fascismo, en el cual hay unos que me gustan y otros que no me gustan nada.
Esto es importante, señor Prieto, que ya le digo, yo no me hubiese dedicado para nada, no a usar la violencia, sin ni siquiera a disculpar la violencia, si la violencia no hubiera venido a buscarnos a nosotros. Yo le aseguro al señor Prieto que, cuando la primera vez oía detrás de mi coche el estampido de un petardo; que, cuando la segunda vez supe que habían tiroteado un coche porque tenía casi el mismo número que el mío, y cuando he empezado a tener todas esas amenazas que justifican, a juicio de la Constitución, el terrible delito de que tenga seis especies de artes atávicas, de grandes armatostes, tal vez inservibles pare defenderme; cuando oí la primera vez el petardo; cuando supe después lo de esos tiros y leo de las amenazas, sentí dos cosas: la primera, el que los tiros me pudieran dar – desde luego reconozco que no tengo en absoluto gusto en apresurar la apertura de mi abintestato -; la segunda, que el día que me encontrara en los cielos con el metalúrgico, el carpintero o el campesino que me hubiese pegado los tiros por la espalda, en cuanto tuviéramos diez minutos de conversación, el metalúrgico, el campesino o el carpintero se convencerían de que se habían equivocado al dirigirme esos tiros”.
Estas palabras fueron pronunciadas en el Parlamento el 3 de julio de 1934.
Continuará.
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