viernes, 27 de enero de 2012

La Ópera ( X )


Argumentos de algunas óperas

AIDA
(Autor: Giuseppe Verdi - Actos: IV)
      
La fuente de esta ópera es de origen dudoso. Se supone en general que el egiptólogo francés Edouard Mariette inventó y escribió esta historia durante sus trabajos arqueológicos sobre la época de los faraones; y que partiendo de ella, Camille du Locle creó un libreto para Verdi. Pero hay un hecho llamativo: en un libreto del celebérrimo Pietro Metastasio (1.698-1.782), poeta de la corte de Viena y autor del texto de varios centenares de óperas de la época barroca, hay ya una historia parecida, el amor de un general egipcio, que tiene el favor de la hija del faraón, por una esclava extranjera. El libreto se titula "Ninetti" y ha sido puesto en música varias veces. De todos modos, en la época de Mariette estaba totalmente olvidado. ¿Es posible que ambos, Metastasio y Mariette, se basaran en la misma antigua fuente egipcia?.


Personajes.- El faraón de Egipto (bajo); Amneris, su hija (mezzosoprano); Amonastro, rey de Etiopía (barítono); Aida, su hija, esclava en la corte egipcia (soprano); Radamés, general egipcio (tenor); Ramphis, sumo sacerdote (bajo); un mensajero (tenor); una cantante del templo (mezzosoprano); sacerdotes, sacerdotisas, ministros, oficiales, soldados y esclavos.

Lugar y época.- Menfis y Tebas en la época de los faraones.

Argumento.- Una suave melodía de violines, llena de anhelos amorosos, que en la ópera se convierte en una especie de leitmotiv de Aida pero también del amor, es el primer tema del preludio.

Un segundo tema, solemne y con precisión rítmica, caracteriza el mundo de los sacerdotes egipcios. El telón descubre al levantarse una sala en el palacio de los faraones en Menfis.  Ramphis informa al consejo de un nuevo peligro de guerra en la frontera etíope del imperio. Egipto debe ponerse en pie de guerra inmediatamente. El joven general Radamés expresa en un aria brillante su esperanza de que le nombren jefe del ejército: después de un recitativo subrayado por trompetas militares se desarrolla una tierna melodía ("Celeste Aida"), que a decir verdad se cuenta entre las piezas más brillantes del repertorio para tenor, pero a causa de su localización al comienzo de la obra, antes de que el cantante esté preparado, es una de las arias más temidas. En esta aria, Radamés sueña con una brillante victoria sobre el enemigo, lo que le permitiría pedir la libertad y la mano de la esclava etíope Aida. Amneris, la hija del faraón, interrumpe sus pensamientos. Ama a Radamés, y la agitación interior del joven no le pasa inadvertida: ¿es sólo el deseo de fama?. ¿O hay otro sentimiento en juego?. Pero ni Radamés ni Aida, que hace su entrada, traicionan su secreto. La esclava habla sólo de la profunda preocupación que le produce el reciente estallido de la guerra entre su patria y el país en que vive. El terceto es magistral, tanto desde el punto de vista musical como desde el psicológico.

En la escena siguiente, un mensajero de las regiones en que se combate informa de la invasión de los etíopes, que ya están ante las puertas de Tebas. Los conduce un valiente general: Amonastro, su rey. Nadie oye el grito de espanto de Aida cuando oye el nombre de su padre.

El oráculo de los dioses ha nombrado a Radamés jefe del ejército egipcio. Amneris le entrega solemnemente los símbolos que corresponden a su rango, y los sacerdotes y funcionarios del imperio se dirigen hacia el templo mientras cantan los potentes coros: "Ritorna vincitor", grita la hija del faraón, a la que responden cientos de voces del pueblo. También Aida aprueba el grito, entusiasmada por la plenitud del instante y por su amor a Radamés. Pero apenas se ha encaminado Radamés hacia el templo, acompañado por todos, cuando Aida comprende la significación del grito. Reconoce el terrible conflicto al que se ve arrastrada: si vence Radamés, significa la destrucción de su patria, tal vez la muerte de su padre y sus hermanos. En una gran aria expresa los sentimientos contradictorios de su corazón: en una horrible visión cree ver las ciudades de su país destruidas, los cadáveres de sus guerreros. La melodía de amor transfigura por último su dolor, pero apenas puede mitigar la profunda discordia de su interior. Su última esperanza se encuentra entre los dioses.

La escena siguiente se desarrolla en el templo. Verdi pone en boca de una sacerdotisa una melodía llena de tintes orientalizantes y repleta de magia, acompañada por el arpa. A la invocación de la divinidad sigue una danza ritual de las sacerdotisas. Ramphis entrega a Radamés una espada como símbolo de su futuro poder. Los coros, siempre importantes en esta ópera como indicadores de la acción, alcanzan en este punto una plenitud arrebatadora.

El primer cuadro del segundo acto nos lleva a las habitaciones de la hija del faraón, Amneris. Sus esclavas la consuelan con una sencilla y encantadora melodía a dos voces. La princesa las interrumpe tres veces con un arrebato apasionado y nostálgico. Espera el regreso de Radamés, que ha conducido a las tropas egipcias a una victoria total. Radamés deberá unirse a ella para siempre y gobernar un día el país a su lado. Mientras sus pensamientos se demoran en estos hermosos planes para el futuro, las jóvenes esclavas negras bailan una alegre danza. Entonces se acerca Aida, y Amneris ordena silencio. No quiere martirizar a la hija del vencido con una actitud demasiado alegre, pero ante la visión de su gran belleza la duda comienza a torturarla otra vez. Por eso decide tenderle una trampa, para saber por fin la verdad acerca de su relación con Radamés. Hipócritamente se dirige a la esclava como si compartiera sus tristeza por la derrota de su pueblo. Además, le dice que tampoco Egipto tiene motivo alguno para sentir una alegría completa, pues el jefe de su ejército, Radamés, cayó muerto en la lucha. El grito de desesperación de Aida confirma la sospecha de Amneris. Cuando confiesa burlonamente el embuste, la exclamación de júbilo de Aida pone en claro la situación. Entonces se enfrentan cara a cara. La escena es muy dramática. El júbilo de fuera anuncia el regreso del ejército victorioso. Amneris se levanta orgullosa: aquel día tendrá el anhelado triunfo. Aida, destruida, se arrepiente de haber sido rival de la hija de un faraón.

La fiesta de la victoria es uno de los cuadros más grandiosos de la literatura operística. Una alegre multitud llena la enorme plaza. El faraón y los sacerdotes observan el desfile del ejército. Verdi nunca había escrito (y muy raramente algún otro maestro) una música conmemorativa tan espléndida. En el centro está la marcha triunfal, que se ha hecho famosa y popular, que las trompetas tocan sobre el mismo escenario. Verdi hizo construir especialmente para este propósito un nuevo tipo de instrumento que se conoce como "trompeta de Aida".

Radamés, aclamado por el pueblo, saluda al faraón y solicita la merced de presentar a los prisioneros. Éstos se arrastran en una columna triste y vencida, algunos heridos, la mayoría con cadenas. De repente, Aida sale de la muchedumbre de los espectadores y se abraza a uno de los prisioneros. Es su padre. Una conmoción general se apodera de los presentes. El etíope susurra a su hija que no revele su verdadero rango. Es Amonastro, rey y jefe del ejército. Se dirige al faraón y le pide que perdone y libere a los prisioneros.

Mientras el pueblo apoya esta petición, los sacerdotes se oponen con vehemencia. Sin embargo el faraón concede finalmente la libertad a los prisioneros, a condición de que regresen a su patria y que nunca más vuelvan a levantar las armas contra Egipto. Sólo Amonastro se quedará en el país, junto a su hija. Nuevos gritos de júbilo acompañan el anuncio de que pronto será celebrada la boda entre el jefe victorioso Radamés y la hija del faraón. El acto se cierra con el canto de una arrebatadora masa coral.

El acto tercero (denominado también "acto del Nilo") constituye también un contraste muy efectivo respecto del acto del triunfo. Nos encontramos en una orilla solitaria del Nilo. La magia irreal de una noche de luna encuentra expresión mágica en una melodía de oboe serena y nostálgica, y largas y muy agudas notas de cuerdas. En el cercano templo de Isis se oye el canto de los sacerdotes. Ramphis y Amneris se dirigen allí después de haber descendido de una barca. La hija del faraón, en una oración nocturna, pedirá el amor de Radamés. Lentamente se alejan las voces y los cantos. Luego llega Aida, cubierta por un velo. Radamés la ha citado allí.

¿Para despedirse para siempre?. Su corazón late violentamente. Su canto se eleva en una expresiva aria hacia el cielo tachonado de estrellas. Entonces surge Amonastro de la oscuridad. Despierta la nostalgia de su hija, le habla de los bosques, de los valles de su infancia. Si quisiera, podría volver a ver todo aquello, volver a vivir feliz en su patria y al lado del hombre al que ama tanto.

El dúo se eleva hasta alcanzar un gran dramatismo. El rey de los etíopes quiere que su hija induzca a Radamés a cometer alta traición. Horrorizada, Aida rechaza la idea. Entonces el padre le describe en una visión horrible la patria devastada, los ríos teñidos de sangre. Todo esto sería culpa de Aida si no pueden vengarse. Aida se debate entre terribles sufrimientos de conciencia. Amonastro se retira: escuchará en un escondite cercano el diálogo de Aida y Radamés.

El jefe se acerca. Lleno de felicidad, quiere correr y precipitarse en los brazos de Aida, pero la etíope lo rechaza. ¿Acaso no debe dudar de su amor, puesto que han sido anunciadas públicamente sus bodas con Amneris?. Radamés le confirma su fidelidad: dirá la verdad a Amneris y al faraón. Pero Aida intuye que la venganza de Amneris será terrible. No, sólo hay un camino para la felicidad de ambos: la huida. Radamés se encuentra ante una difícil elección: renunciar a todo lo que ha logrado, honor, fama, posición, y seguir a Aida a su patria para vivir allí en paz y protegido por su amor.

Finalmente, el amor gana. Sí, quieren huir juntos, hacia una vida nueva y dichosa. Pero ¿dónde podrían cruzar en ese momento la frontera, rigurosamente vigilada?, pregunta Aida, sin sospechar nada. Y Radamés, también sin sospechar nada, da la respuesta fatal: "Por el desfiladero de Napata...". Amonastro sale de las sombras: él, el jefe de los enemigos, ha oído el secreto militar. ¡Entonces huirá y hará caer sus tropas sobre Egipto por el desfiladero de Napata!. Radamés está destruido. Inútilmente intenta Amonastro llevarlo con él. Las voces han llamado la atención de los visitantes del templo: Amneris comprende la situación con una sola mirada. Mientras Amonastro huye y Aida desaparece, Radamés, totalmente destrozado por la involuntaria traición, entrega su espada a Ramphis.

La primera escena del último acto se desarrolla en una galería de palacio del faraón. Amneris está profundamente arrepentida de haber entregado al amado a los sacerdotes sedientos de sangre. ¡Si pudiera salvarlo!. Lo hace sacar de la prisión y le pide que se defienda. Pero para Radamés la vida ha perdido su valor. Amneris le revela inútilmente que Aida ha huido, que tal vez haya llegado ya a su patria. Los pensamientos más tiernos de Radamés acompañan a Aida: nunca podrá renunciar a aquel amor, ni siquiera para salvarse. Desesperada, Amneris lo ve descender otra vez a la prisión, donde se reunirá en seguida el tribunal. Oímos la voz del sacerdote, su acusación, a la que Radamés no responde. Las explosiones de angustia cada vez más desesperadas de Amneris nos transmiten (de manera extraordinaria desde el punto de vista dramático) la certeza del próximo fin. A Radamés, acusado de alta traición, lo condenan a muerte. Amneris se arroja al paso de los jueces que salen de la prisión, pero éstos rechazan fríamente su petición de clemencia.

El último cuadro muestra un escenario dividido en dos. Arriba, a la luz del crepúsculo, está el templo, en el que está arrodillada Amneris. Abajo, el calabozo de piedra en el que ha sido emparedado el condenado a muerte. Con tristeza,  Radamés envía a su única amada el último saludo. Entonces le responde la voz de Aida. Ha presentido su destino y se  ha introducido furtivamente en aquella tumba para morir con él. Lo que sigue es difícil de expresar con palabras. Una verdadera "muerte de amor", que Verdi ha transmitido con melodías celestiales: "O terra, addio..."
El oscuro contrapunto que tejen las sacerdotisas del templo se hace cada vez más suave. Dos almas se elevan al cielo, acompañadas por un violín infinitamente dulce. Amneris, destrozada, pide paz para todos.
   

Historia.- En El Cairo, la capital egipcia, se inauguró en 1.869 un teatro de ópera italiana con una ópera de Verdi: Rigoletto. El virrey Ismaíl Bajá, un partidario de la cultura europea, amigo de Francia y admirador de Verdi, pensó en una ópera conmemorativa para la futura apertura del canal de Suez, cuya terminación (por el francés Lesseps) era de gran importancia para la economía de Europa. Sin embargo, Verdi, en quien pensó en primer lugar, durante mucho tiempo no quiso saber nada de semejante proyecto. Sólo la sinopsis del libreto le hizo acercarse más al mismo. La gran fecha llegó y no hubo ópera conmemorativa. Verdi trabajó en ella, y la terminó en 1.870. Los decorados y el vestuario se encargaron a la Ópera de París. Cuando fueron terminados, no hubo ninguna posibilidad de sacarlos de la ciudad, que estaba cercada por los prusianos. Parecía que el contrato, que tenía de plazo hasta finales de 1.871, no se iba a cumplir: El Cairo había garantizado el estreno de Aida. Por este estreno, Verdi obtuvo los honorarios más altos de la historia de la música: 150.000 francos de oro. Pero en Septiembre de 1.871 se firmó el tratado de paz y El Cairo pudo dedicarse febrilmente a la preparación del estreno. Éste tuvo lugar el 24 de Diciembre de 1.871. Verdi no viajó al El Cairo: los viajes por mar estaban muy lejos del ánimo del "campesino". Por medio de un telegrama se enteró aquella misma noche del extraordinario triunfo de su obra. Despertó gran júbilo la marcha triunfal, para la cual el director de orquesta Giovanni Bottesini había llevado unidades del ejército egipcio, que también tocaron las "trompetas de Aida". También se entendió el final sereno e íntimo, lo que dio una gran satisfacción a Verdi. Desde Génova, donde pasó el invierno, el maestro pasó de inmediato a Milán, donde tuvo lugar el estreno europeo, el 7 de Febrero de 1.872, también entre el entusiasmo del público. Los dos papeles femeninos principales fueron interpretados por Teresa Stolz, la cantante favorita de Verdi, en el papel de Aida, y María Waldmann en Amneris. La obra se difundió con increíble rapidez por todo el mundo y desde entonces forma parte de repertorio fijo de los teatros.

Vean y escuchen "La marcha triunfal".



Luis David Bernaldo de Quirós Arias

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