martes, 23 de enero de 2018

“Paz, piedad y perdón”


Como sabrán, el discurso pronunciado por Manuel Azaña el 18 de julio de 1938 en el Salón de Sesiones del Ayuntamiento de Barcelona, en presencia del presidente del Consejo de Ministros, Juan Negrín, del ministro de Estado, Julio Álvarez del Vayo y del jefe del Estado Mayor Central, el general Vicente Rojo, terminaba con este párrafo:


“. . . Pero es obligación moral, sobre todo de los que padecen la guerra, cuando se acabe como nosotros queremos que se acabe, sacar de la lección y de la musa del escarmiento el mayor bien posible, y cuando la antorcha pase a otras manos, a otros hombres, a otras generaciones, que les hierva la sangre iracunda y otra vez el genio español vuelva a enfurecerse con la intolerancia y con el odio y con el apetito de destrucción, que piensen en los muertos y que escuchen su lección: la de esos hombres que han caído magníficamente por una ideal grandioso y que ahora, abrigados en la tierra materna, ya no tienen odio, ya no tienen rencor, y nos envían, con los destellos de su luz, tranquila y remota como la de una estrella, el mensaje de la patria eterna que dice a todos sus hijos: Paz, piedad y perdón”.

Desde luego, durante todo su mandato Azaña jamás ha tenido en cuenta estas tres últimas palabras ¿Cuándo trató con mesura y compasión al prójimo? ¿Cuándo se metió en la piel de dicho prójimo para ver su corazón y su mente exhaustos y doloridos? ¿Cuándo consideró que la piedad era, y es, una virtud esencial para la convivencia, amén de para otras cosas? También podría haber añadido otra palabra: olvido.

Pasando ahora a los tiempos actuales, tampoco se tienen en cuenta estas tres virtudes. Ahí tenemos la absurda Ley de Memoria Histórica, la de un solo bando, claro,  promulgada por el gobierno  socialista en su día, cuyo objetivo es provocar, ira, odio, rencor, ajuste de cuentas  y revancha, desenterrando a los muertos para lanzarlos como turbinas al bando contrario. 

Si tanto se echa mano de Azaña cuando interesa, ¿por qué no se hace caso de esta última parte de su discurso? ¿Por qué se envenena tanto al pueblo soberano con este tema,  a base de “hipnopedia”? 
 ( I )

Conviene recordar que Azaña murió en Francia, en Montauban, dos años y medio después de pronunciar este discurso: el 3 de noviembre de 1940. En sus últimos momentos fue atendido por Pierre Marie Theas, que era el obispo de la diócesis,  administrándole la extremaunción.

( I ).- Permítasenos usar esta palabra que, incomprensiblemente, no viene en el Diccionario  de los “inmortales” de la RAE. Su etimología es “hipno”, en griego “sueño”, y “pedia”, “educación”.  Si el citado Diccionario admite hipnosis y logopedia, no se comprende muy bien cómo no está incluida esta palabra que, como sabrán, figura en la obra “Un mundo feliz” del escritor británico Aldous Huxley, libro comentado en este blog con fecha 1 de abril de 2017.



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