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viernes, 4 de mayo de 2012
La Ópera ( X X I )
El barbero de Sevilla
(Autor: Gioacchino Rossini - Actos: II)
Fuente.- Pierre Agustin Caron de Beaumarchais (1732-1799), una de las figuras más interesantes de su agitada época fue, ante todo, un aventurero y además un autor teatral de extraordinario talento. Sus comedias, que transcurren en la época que precedió a la gran revolución y denunciaban las condiciones dominantes con inusitada franqueza, fueron muy polémicas. Baumarchais unió sus comedias El barbero de Sevilla, Las bodas de Fígaro y La madre culpable en una trilogía que le dio celebridad mundial. (Para saber algo más de Beaumarchais, ver "Fuente" de Las bodas de Fígaro).
Personajes.- El conde Almaviva (tenor); Rosina (mezzosoprano, también soprano de coloratura); el doctor Bartolo, su tutor (bajo); Fígaro, barbero (barítono); Basilio, maestro de música de Rosina (bajo); Berta, llamada también Marzelline, ama de llaves de Bartolo (mezzosoprano); Fiorillo, criado de Almaviva (tenor o barítono); un oficial, soldados, músicos, criados, etc.
Lugar y época.- Sevilla, a mediados del siglo XVIII.
Argumento.- La chispeante obertura parece adelantar el humor, el ingenio, las intrigas y también los juegos de amor de la comedia. Pero se trata de un encuentro casual, pues Rossini había utilizado ya la misma obertura en dos óperas anteriores que además eran de índole completamente diferente: Elisabetta, regina d'Inghilterra y Aureliano in Palmira.
Una mañana temprano, Fiorillo, por encargo de Almaviva, lleva a un grupo de músicos ante la casa en que vive el viejo doctor Bartolo con su bella pupila Rosina. El conde también se presenta y entona una serenata.
Se hace de día y la bella Rosina no se deja ver. El conde despide a los músicos con una buena remuneración y decide esperar. Una voz alegre resuena en la calle, e inmediatamente después aparece Fígaro, radiante como siempre. Es mucho más que un barbero cualquiera. Por lo menos cree ser el hombre sin el cual nada puede ocurrir en Sevilla, pues mete la nariz en todo: en planes e intrigas, en asuntos amorosos, proyectos matrimoniales, herencias, etc. Sabe describir de manera elocuente su importante posición, y Rossini provee su aria, el famoso "Largo al factotum", de una brillante habilidad vocal.
Almaviva pide a Fígaro que respete su incógnito. Quiere acercarse con un falso nombre a la bella joven que ha descubierto en aquella casa. Fígaro comprende: ¿quién sino él podría ofrecer ayuda a Almaviva?. Sin embargo, el conde debe saber que Rosina no es hija de Bartolo, sino su pupila. Conoce la situación bien, pues en la casa es barbero, peluquero, veterinario y consejero. Mientras explica al conde su importancia, Rosina aparece en la ventana con un papel en la mano. Detrás de ella, desconfiado, aparece Bartolo y pregunta si es una carta. No, responde Rosina inocentemente: es el texto de un aria que está aprendiendo de memoria para su clase de canto. Una ráfaga de viento le arrebata el papel que cae en poder de Almaviva, quien lee sorprendido que "la desdichada Rosina" quisiera conocer el nombre y las intenciones del joven en cuanto su tutor salga de la casa. Almaviva no cabe en sí de alegría, pero Fígaro pone freno a su entusiasmo: Bartolo es un verdadero demonio, avaro y desconfiado. Además tiene la esperanza de casarse con su pupila, no por su belleza, sino por su rica herencia. Un poco después Bartolo sale de la casa. El conde aprovecha la oportunidad y en un aria responde a las preguntas de Rosina: se llama Lindoro. La joven responde. Las amorosas palabras de ambos dan forma a un bello dúo. Quieren encontrarse, pero la cosa no es fácil. Fígaro, motivado por el oro de Almaviva, encuentra un medio: el conde, disfrazado de soldado que busca alojamiento, se hospedará en casa de Bartolo.
El cuadro segundo transcurre en el interior de la casa. Rosina canta un aria melodiosa, llena de coloraturas, sobre su joven amor, "Una voce poco fa".
Hagamos unas observaciones sobre esta aria. En el original está en la tonalidad de "mi mayor". En la época en que las sopranos se adueñaron de ese papel, se volvió costumbre trasponerla a "fa mayor", incluso a "sol mayor", lo que la llevaba al registro de soprano más agudo. Además, las intérpretes se permitieron cada vez más libertades: añadieron coloraturas, trinos, escalas y staccati según les pareció. Tal era el caso ya en la época de Rossini. Se cuenta que una vez fue a presenciar un ensayo de esta obra y cuando una diva de coloratura acabó de cantar el aria que comentamos, el compositor le preguntó con toda inocencia: "¡Maravilloso! ¿De quién es?".
Llega Fígaro, pero el regreso de Bartolo interrumpe su conversación con Rosina. Éste sostiene un preocupado diálogo con Basilio, maestro de música y hábil intrigante, que afirma haber visto al conde Almaviva rondando la casa. Bartolo siente temor. ¿Un rival que cuenta con el favor de su pupila?. Basilio opina que hay una solución brillante: ¿conoce Bartolo el efecto de la calumnia?. ¡Es la más poderosas de las armas!. Comienza como una brisa suave, crece y se convierte por último en una tormenta que lo barre todo y destruye sin piedad a su víctima. Rossini escribió una pieza genial para un tema aparentemente tan poco musical como la calumnia.
Fígaro lo ha oído todo. Luego los dos ancianos se retiran para preparar el contrato matrimonial. Rosina aparece corriendo y, en una escena encantadora, el barbero explica a la joven que "su primo" está perdidamente enamorado de ella. ¿Podría escribir una carta para "su primo", que la espera?. Mientras Fígaro se felicita por su astucia, Rosina busca en el escote de su vestido: la carta ya está escrita. Durante un instante Fígaro se queda sin habla. Las mujeres son más astutas que él... Don Bartolo encuentra a su pupila de muy buen humor y le parece sospechoso. ¿No ha hablado con el pícaro Fígaro?. ¿No tiene una mancha de tinta en el dedo?. ¿No falta una hoja de papel de cartas'?. ¡No se engaña a un doctor como él!, exclama, pagado de sí mismo, en un aria. Sin embargo, la alegría de Rosina no cesa. Para hacer completa la preocupación de Bartolo, irrumpe en su casa un soldado borracho. Lleva una orden de hospedaje que aquél trata de descifrar. Furioso, Bartolo se dirige a su cuarto en busca de un escrito que lo exima de toda obligación. Rápidamente, "el borracho" revela a Rosina su verdadera identidad. Es "Lindoro". Sin embargo, la alegría no dura mucho. Bartolo ha pedido protección militar: aparece un grupo de soldados. "Lindoro" dice algo al oído del oficial y los soldados se niegan cortésmente a detener al intruso. Bartolo no sale de su sorpresa. El ruido y la confusión aumentan. Rossini escribe un final brillante que resplandece de humor y comicidad. Todos hablan al mismo tiempo, las líneas del canto se cruzan en un contrapunto admirable. Y si un personaje no tiene nada que decir, ello no impide que siga cantando, como es el caso de Basilio, que forma su cómica melodía con las sílabas de las notas "sol, sol, sol, sol...do, re, mi..."
En el acto segundo encontramos al doctor Bartolo pensativo. Entonces aparece "Don Alonso", un supuesto discípulo de don Basilio, el cual está enfermo y por eso envía para la lección de Rosina a un sustituto de confianza. "Don Alonso" parece muy tímido, incluso un poco idiota. Don Bartolo quiere despedirlo, pero el joven le enseña una carta que Rosina ha escrito supuestamente a Almaviva. Ha ido además, dice, para difamar al conde ante Rosina. Bartolo reconoce con alegría al digno discípulo de Basilio. Llama a su pupila a la clase de canto. Rosina reprime un grito de alegría cuando reconoce a su "Lindoro". "Don Alonso" se sienta al clavicémbalo y Rosina canta una romanza. (Rossini compuso la romanza, pero muchas cantantes aprovechan la oportunidad para incluir en este punto una pieza de su propia elección, que por lo general no coincide con el estilo de la ópera). Bartolo escucha conmovido y luego se pone a prueba cantando una ridícula aria en la que, creyéndose ingenioso, reemplaza el nombre original por Rosina. Fígaro interrumpe la escena. Ha ido a afeitar al doctor, lo que constituye una parte importante de su plan. Bartolo se niega, pues no es su día, pero Fígaro lo convence con muchas palabras. Parece que ha llegado la ocasión de que los amantes hablen unos instantes en la intimidad, pero se produce un nuevo acontecimiento. ¡Aparece Basilio!. La confusión es enorme.
Por último, el oro de Almaviva lo convence de que está realmente enfermo. Su retirada es muy cómica, a pesar de que se reduce a las palabras "Buona sera", repetidas una y otra vez. Por fin pueden continuar la lección de canto que "Alonso" imparte a Rosina, ante la evidente satisfacción de ésta, lo que requiere que Fígaro eche con frecuencia jabón en los ojos de Bartolo. Sin embargo, el doctor cada vez sospecha más: da un salto y descubre a la pareja detrás de un biombo, donde no se habla en absoluto de música. Almaviva y Fígaro deben desaparecer rápidamente, pero Bartolo manda a buscar a Basilio, para que éste lo ayude a luchar contra sus enemigos. Bartolo enseña triunfalmente la carta que ha obtenido. Rosina, abatida, se deja convencer: Fígaro y su "primo" Lindoro quieren entregarla al conde Almaviva. Triste e indignada, Rosina acepta casarse con Bartolo inmediatamente, pues ha convenido en huir con Lindoro a medianoche.
Ha caído la noche y se ha desatado una fuerte tormenta. Fígaro y Almaviva penetran en la casa con un farol. Rosina les sale al paso y les reprocha su conducta vergonzosa. Ninguno entiende lo que quiere decir. ¿No quieren entregarla al conde Almaviva?, pregunta Rosina llorando, y no entendiendo por qué "Lindoro" rompe a reir. Por último se lo puede explicar con una sola frase: "¡Yo soy el conde de Almaviva!". Se hacen los preparativos para la huida. Entonces aparece Basilio con un notario. No le resulta difícil al conde aprovechar la situación para su beneficio, sobre todo porque Basilio no duda mucho tiempo entre una buena recompensa y una buena paliza. Él y Fígaro son los testigos del matrimonio de Rosina y Almaviva, celebrado rápidamente por el notario. La ceremonia está a punto de terminar cuando regresa Bartolo con algunos soldados que ha llevado consigo para que lo protejan de los intrusos. Después de la primera confusión, todo se aclara para bien. Almaviva regala a Bartolo toda la fortuna de Rosina, y en un alegre final sólo quedan rostros felices.
Historia.- Rossini, con la gran facilidad que distingue su manera de componer, escribió esta ópera en menos de un mes (según el testimonio de algunos contemporáneos, en veinte días). El famoso cantante español Manuel García, que compartía en esa época con Rossini su modesta vivienda, le aconsejó e incluso le dio una melodía popular española que Rossini elaboró en la obertura y que lamentablemente se perdió. El entonces muy estimado compositor Giovanni Paisiello (1740-1816) había puesto música al mismo tema en 1782, con gran éxito, de manera que el educado Rossini le pidió primero autorización para una nueva puesta en música, que en el estreno llamó Almaviva, ossia l'inutile precauzione, para evitar cualquier comparación. El barbero de Sevilla fracasó ruidosamente el 26 de diciembre de 1816. Sin embargo, a la noche siguiente la derrota se convirtió en victoria. A partir de allí, la obra voló de ciudad en ciudad. En Barcelona se representó en el Teatro de la Santa Creu en 1818, con una obertura compuesta por Ramón Carnicer. Éste no tuvo ocasión de dar explicaciones al maestro italiano hasta que Rossini visitó Madrid en 1831. También en Madrid se había disparado la moda de Rossini, del que llegaron a representarse en la temporada de 1821-1822, hasta seis óperas distintas del maestro. El barbero de Sevilla se representó 23 veces en la temporada mencionada. En 1825 llegó a Nueva York y Buenos Aires, ciudades en las que con esta obra se oyó por primera vez una ópera completa. Aunque no hay estadísticas seguras, se supone que es la ópera más representada.
Escuchen y vean a Gino Quilico en "Largo al factotum".
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