martes, 22 de mayo de 2012

La Ópera ( X X I V )


RIGOLETTO

(Autor: Giuseppe Verdi - Actos: III)

Fuente.- El drama Le roi s'amuse, de Víctor Hugo, obtuvo en 1832 uno de los éxitos teatrales más sonados de su época: su fama y la de su autor se expandieron por todo el mundo. Verdi consideró que el tema era apropiado para una interpretación musical y bocetó, como de costumbre, un guión y sus figuras.

Personajes.- El duque de Mantua (tenor); Rigoletto, su bufón (barítono); Gilda, su hija (soprano); Giovanna, su dama de compañía (mezzosoprano); Sparafucile (bajo); Maddalena, su hermana (mezzosoprano); el conde de Monterone (bajo); el conde de Ceprano (barítono o bajo); su esposa (soprano o mezzosoprano); Marullo y Borsa, cortesanos (barítono y tenor); pajes, cortesanos, criados, etc.

Lugar y época.- Mantua en el siglo XVI.

Argumento.- La ópera comienza con una breve y sombría introducción orquestal basada en el "motivo de la maldición". En sus sonidos se articula la maldición que el conde Monterone ha lanzado contra el seductor de su hija, el duque de Mantua, y que se ha fijado en la conciencia de Rigoletto como una pesadilla. (El recurso está emparentado con la idée fixe de Berliotz y con el letmotiv de Wagner.)

Sonidos de fiesta introducen el primer cuadro. En la sala de baile del palacio, el joven señor del lugar, el duque de Mantua, cuenta a sus cortesanos que desde hace meses sigue a una encantadora muchacha a la que observó camino de la iglesia. Durante el baile le atrae la condesa de Ceprano. El duque vive sólo para las mujeres, que son su elemento vital: "Questa o quella per me pari..."

Rigoletto, el deforme y jorobado bufón del palacio, aconseja a su señor sobre cómo podría deshacerse del esposo de la condesa: encerrándolo o matándolo. Ceprano jura vengarse de él. Marullo ha contado a los cortesanos que Rigoletto tiene una amante a la que visita todas las tardes. La música alegre se interrumpe. El conde Monterone entra en la sala fuera de sí y exige un castigo por la deshonra que el duque ha infligido a su hija. En lugar del duque responde el bufón: Rigoletto se burla del dolor del padre. Encierran a Monterone en un calabozo, pero con sus últimas fuerzas maldice al duque y a Rigoletto, que comienza a sentir adónde lo ha llevado su deseo de hablar servilmente según la voluntad de su señor.

El cuadro segundo se desarrolla en un suburbio, en el que se ve una casa sencilla con jardín que da a la calle. Allí cuida Rigoletto del ser que más ama, lo único que tiene en el mundo: Gilda, su hija. Allí va todas las tardes y sólo allí obtiene un poco de tranquilidad, una dicha en su corazón necesitado de amor que debe ocultar todos los días bajo la máscara de bufón. La maldición de Monterone pesa sobre él mientras se dirige hacia la casa. Un hombre le impide el paso. No es un asaltante, asegura. Es un sujeto útil que por una recompensa está dispuesto a quitar adversarios del camino. Su nombre es Sparafucile, para servirle. Rigoletto se vuelve temblando, pero parece intuir que algún día podría necesitar los servicios del hombre. ¡Sparafucile!. El hombre se retira, repite varias veces su nombre. Rigoletto se detiene sumido en sus pensamientos. ¿Acaso no son iguales ambos en el fondo?. ¿No son asesinos?. Uno mata con un puñal, el otro con la lengua, con la palabra difamadora, con la burla cruel. Ésa es la única diferencia. De pronta aparece ante él, en sus verdaderas dimensiones, la miseria de su existencia: la indigna vida de la corte, la alegría forzada para entretener a los grandes señores, la necesidad de mantener en secreto sus verdaderos sentimientos...Sin embargo, ahuyenta las preocupaciones. Unos pasos más y se encontrará con el amor filial de Gilda. La hija está preocupada por encontrarlo tan afligido y monosilábico. Ha estado fuera todo el día y ella no sabe nada sobre su vida. Pero Rigoletto no revela nada. Lo único que le importa es la seguridad de Gilda. Una vez más, como todos los días, le advierte que no salga de casa. Sólo a la iglesia. Rigoletto ha de pensar en Monterone, en los desalmados cortesanos, en el despiadado duque. Un dúo bello y grandioso une las voces del padre y la hija en la tranquilidad del atardecer sobre el jardín. No han advertido que un joven, el duque, ha penetrado en la casa y oye con sorpresa sus palabras. Cuando Rigoletto se ha ido, se acerca a Gilda. Es el joven a quien ha visto varias veces camino de la iglesia y que en ese momento le declara su amor.

Un dúo envuelve a los dos jóvenes en tiernas melodías. Unos pasos ahuyentan al intruso. Todavía tiene tiempo de responder a la pregunta de la joven dándole el falso nombre de Gualtier Maldé, alrededor del cual Verdi entreteje una de las arias más famosas del repertorio operístico: dos flautas adelantan, después de un expresivo recitativo, el motivo principal: "Caro nome" comienza Gilda. Canta sobre su amor, el primero de su joven vida: un amor casto y tierno. Su voz se deshace en coloraturas y asciende, como su esperanza, a los sonidos más agudos. Dos contrapuntos amenazadores se mezclan en el último compás del aria: el coro de los cortesanos que pasan sigilosamente por la calle a oscuras y un motivo breve que adquiere una forma lúgubre en la orquesta. Rigoletto, impulsado por malos presentimientos, regresa a su casa y encuentra a un grupo de cortesanos enmascarados. La noche es tenebrosa y a los cortesanos no les cuesta convencer al bufón, visiblemente aliviado ya, de que la "broma" es contra la casa vecina, la del conde Ceprano. Rigoletto también se deja poner una máscara, pero de tal modo que no puede percibir nada. En tal situación debe sostener la escalera con que los secuestradores llegan al jardín. Sobresaltado por los desesperados gritos de Gilda, que se alejan rápidamente entre las exclamaciones de júbilo de los secuestradores, descubre, demasiado tarde, que el golpe era contra su propia casa, contra su propia hija.
En el jardín encuentra su pañuelo. Luego, al recordar llorando la maldición de Monterone, pierde el sentido.

El cuadro tercero del acto segundo comienza con un aria del duque, que expresa en su palacio su preocupación por la desaparición de la querida joven y promete castigar severamente el hecho. Sus cortesanos entran en la sala  y discuten el secuestro, cuya víctima aparente es la amante de Rigoletto. Entonces el duque ve con claridad los hechos: ¡Gilda debe de estar en el palacio!. En seguida se pone a buscarla, pero entonces aparece Rigoletto. Tras la máscara de bufón, su mirada parece escrutar todos los rincones en busca de su hija. Llega un paje con una noticia para el duque. Alusiones poco claras de los cortesanos permiten concluir que el duque está con Gilda. Ya no hay nada que pueda contener el dolor de Rigoletto: con todas sus fuerzas quiere abrirse camino hacia su hija, que cree en manos del libertino. Los cortesanos se ponen delante como un muro: Rigoletto tropieza con ellos una y otra vez. Su grandiosa aria "Cortigiani, vil razza dannata" suena en la sala como una poderosa acusación. Se abre una puerta y Gilda, sacudida por los sollozos, se precipita en los brazos de su padre. Los cortesanos, testigos de esta escena, se retiran. Con voz ahogada por las lágrimas revela Gilda la historia de su joven amor, el asalto y el secuestro criminal. Rigoletto, totalmente destrozado, quiere irse lejos con su hija, lejos de aquel mundo cortesano carente de sentimientos. Una guardia conduce al conde Monterone por la sala. Éste se detiene ante la imagen del duque: su maldición no ha surtido efecto, dice camino del calabozo. Pero Rigoletto se levanta: ¡No, que no se diga que no ha surtido efecto!. Será vengado, y con él será vengado también Rigoletto. Verdi construye sobre el término vendetta, venganza, un dúo fascinante, un incendiario canto de odio que en Rigoletto, a pesar de las intervenciones más conciliadoras de Gilda, llega hasta el paroxismo.

El acto tercero se desarrolla ante la casa de Sparafucile y en el interior. La casa se encuentra en el campo a orillas de un río. Es una noche tenebrosa, iluminada de manera siniestra por lejanos relámpagos. Rigoletto, que ya no es bufón de su señor sino su enemigo mortal, aparece con Gilda. Ha cerrado un trato con Sparafucile. Con la ayuda de su bella hermana Maddalena, la víctima caerá en la trampa aquella misma noche. Y el deseo de Rigoletto es que su hija vea al duque en su modo licencioso de vida, pues Gilda sigue amando a ese hombre. Pero quien ama no ve las debilidades del amado, las interpreta de otra manera, desea salvarlo, redimirlo.

El flirteo del duque con Maddalena no asusta a Gilda. La famosísima aria que aquél canta no logra convencerla de su falta de dignidad: es "La donna è mobile", la melodía oída millones de veces, sobre la que diremos algo más.

La habilidad del libretista no sólo creó en esta escena una letra de gran éxito, sino también una situación dramática que pocas veces aparece con tal tensión: en el interior de la taberna, el dúo del duque con la bella bailarina y fuera de la taberna Rigoletto, con odio mortal,  saboreando el triunfo junto a su hija. Dos dúos que el genio de Verdi sabe unir en un cuarteto incomparable. Las más bellas líneas del bel canto y magistrales detalles psicológicos adornan una inmortal pieza de la literatura operística. Víctor Hugo, el creador de estas figuras, decía sonriendo acerca de esta escena, después de haberse opuesto durante años a la representación de la ópera: "¡Si yo pudiera hacer hablar a cuatro personas a la vez!". Pero precisamente aquí la ópera es muy superior al drama. El profundo dolor de Gilda, las siempre efectivas artes de seducción del duque, la sed de venganza de Rigoletto, el juego de Maddalena, que coquetea pero está ligeramente conmovida en su interior... Todo esto hace que estemos ante una escena de densidad única.
Rigoletto no debe perder más tiempo. Envía a Gilda a su casa para que se ponga ropa de hombre para el viaje a Verona, adonde la seguirá pronto. Todavía debe resolver un asunto. Lo discute en voz baja con Sparafucile, que sale de la casa. La mitad del precio por adelantado; el resto por la noche, cuando el ex bufón recoja el cadáver de quien lo ha ofendido.


La tormenta se ha acercando: suenan los primeros truenos. Con qué sencillos medios sabe Verdi pintar la amenazante atmósfera: acordes vacíos y con un sonido lúgubre en la orquesta, un invisible coro de hombres que canta murmurando secuencias cromáticas, como si fuera el viento que sopla entre los viejos álamos de la orilla.

En casa de Sparafucile se apagan las luces. La canción frívola del duque resuena como en un sueño. Maddalena siente compasión por él, ya que va a morir dentro de poco. Cuando estala la tormenta, Gilda, disfrazada de hombre, llega a la puerta y es testigo de la conversación entre los dos hermanos. Sparafucile insiste en su "honorabilidad": nunca ha engañado a un "cliente". El anciano le ha pagado, debe mantener su palabra. Maddalena le pide que perdone la vida al joven, ya que le gusta. Aparece una solución de último momento. Si esa noche llegara algún extraño pidiendo albergue, podría cambiarse a la víctima. Entonces Gilda toma una decisión: encomienda su alma a Dios y llama a la puerta, tras la que recibe el golpe mortal.

La tormenta y la lluvia estallan salvajemente. Una campana lejana da la medianoche. Rigoletto, el vencedor, el vengador, se acerca. En la oscuridad, Sparafucile le entrega el saco prometido con un cuerpo humano dentro. El jorobado quiere llevarlo en seguida a la orilla del río. Entonces se oye en la calle la canción frívola del duque que tararea mientras regresa a su casa.

La melodía atrevida y despreocupada golpea como un rayo el corazón de Rigoletto, que en ese instante está confundido por sentimientos inexpresables. Esa melodía es el duque, su vida frívola, sin escrúpulos, su deseo insaciable de aventuras. Una descripción de miles de palabras no lograría el efecto de esta sencilla canción: una melodía "ordinaria", una melodía "callejera" es exactamente lo que un genio debía poner en este lugar para pintar con el trazo más enérgico el contraste insalvable entre dos mundos. Todos estos argumentos "justifican" esta melodía, a pesar de que muchos puristas la encuentran banal y vulgar.
En pocos segundos, el triunfo de Rigoletto, que tanto trabajo ha costado, queda reducido a humo. El horror se apodera de él: temblando abre el saco. Estremecido, reconoce dentro de él, a la luz de los relámpagos, a su propia hija. Gilda respira todavía. Verdi nunca deja que sus figuras más queridas partan al más allá sin una melodía consoladora. El drama, hasta este momento realista, pasa en un solo compás al romanticismo irreal: las criaturas de Verdi mueren redimidas, perdonadas, liberadas, con maravillosas melodías en los labios.


Las últimas palabras del drama pertenecen a Rigoletto: se refieren a la maldición de Monterone, que ha caído sobre él con toda su fuerza. Destruido, se desploma sobre el cadáver de Gilda.

Historia.- Verdi tuvo durante años la intención de poner en música el drama de Víctor Hugo. Un encargo del Teatro de la Fenice de Venecia (donde su Ernani había tenido tanto éxito en 1844), le permitió comenzar el trabajo en 1850. Si bien la composición le resultó fácil, las cosas se complicaron en torno de la obra que estaba surgiendo. El libretista Piave no había contado con las dificultades que la censura austríaca (Venecia, al igual que Lombardía, con la Scala de Milán, estaban bajo el dominio de los Habsburgo) habría de poner al tema: ¡un rey libertino y además un atentado contra él!. Comenzó una larga lucha que la terquedad del maestro no contribuyó en absoluto a resolver. Por último, Verdi accedió a convertir a Francisco I de Francia en un duque de Mantua. (Una familia que había desaparecido hacía mucho tiempo y que, dicho sea de paso, tuvo un papel importante en la historia de la música, porque Monteverdi escribió en la corte de la familia de dicho duque sus primeros grandiosos dramas musicales).
De este modo, el bufón Triboulet de Víctor Hugo, se convirtió en Rigoletto (cuyo nombre contiene al mismo tiempo el término francés rigolo, que significa gracioso, cómico).


Por supuesto fue necesario cambiar el título, pues tras estos cambios ya no había ningún rey que se divirtiera. Verdi se aferró durante algún tiempo a La maldizione, pues de hecho la maldición juega un papel importante en la ópera. Pero como la censura vetaba inexplicablemente ese título (así como el cadáver en el saco, tal como aparece en el último acto), casi todas las personas a quienes se encargó la solución de estas cuestiones, que por lo demás eran en su mayor parte admiradores del maestro, optaron por el título definitivo de Rigoletto.

La ópera se estrenó en el Teatro de la Fenice el 11 de Marzo de 1851.

Escuchen y vean a un jovencísimo Luciano Pavarotti en "La dona e mobile".


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