Esto es lo que se escribía de Pablo
Iglesias en el Diario de Cuba (Miami), hace cinco años y pico.
CARLOS ALBERTO MONTANER | Miami | 17
Nov 2014 - 9:06 am. | 73
“Como
me cuesta trabajo creer que Iglesias y sus amigos forman parte de una casta
corrupta, me inclino a pensar que lo que hay que imputarles no es un delito de
fraude o peculado, sino un alto grado de corresponsabilidad en el
hundimiento de Venezuela.'
Calma.
No hay agravio. La etimología de mentecato es transparente. Quiere decir
"mente captada o capturada". Me refiero a eso. Iglesias es un joven
político y politólogo español, chavista, que hoy tiene un sorprendente apoyo
electoral en su país.
Pablo
Iglesias, sin duda, es un mentecato ilustrado. Seguramente tiene un cociente de
inteligencia altísimo. Como el genial Mussolini, que alcanzaba un puntaje de
175. El problema radica en qué ideas han capturado tan prodigiosa mente.
Las grandes cabezas pueden estar pobladas de disparates que, cuando se mezclan
con una actitud arrogante, devienen en la terca insistencia en el error, en la
negación de la realidad y en el desprecio por los cerebritos de a pie. Suele
ocurrir. Las malas ideas, cuando se enquistan en neuronas privilegiadas, son
más dañinas.
¿Cuáles
son las ideas madre —hay ideas madre como hay células madre— instaladas en la
descomunal sesera del profesor Iglesias que no le permiten observar la realidad
con ecuanimidad?
Son
varias. La primera tiene que ver con la desmesurada fe en su propia capacidad
intelectual. Pablo Iglesias no conoce la duda. Predica ex cátedra. Él y su
tribu creen saber cuánto deben ganar las personas, que precio justo deben tener
las cosas y los servicios, cómo pueden funcionar las empresas, qué deben producir
para servir a la sociedad, qué se debe poseer para alcanzar una vida feliz y
digna, y en qué punto el patrimonio acumulado se convierte en una injusticia
que hay que cercenar de un certero tajo fiscal. Prodigioso.
La
segunda es también una cuestión de fe. Pablo Iglesias cree fervientemente en el
Estado-empresario que elabora alimentos, asigna electricidad y comunicaciones,
maneja el crédito y gestiona los ahorros.
Cree
en el Estado redistribuidor de riquezas que extiende una pensión a todas las
personas por el mero hecho de vivir en el país (650 euros). Cree en el Estado
planificador que todo lo sabe, que conoce el presente como la palma de la mano
y es capaz de prever el futuro. Cree en el Estado que castiga implacablemente
(ama la guillotina de la Revolución Francesa).
Cree
que la riqueza se logra trabajando menos —35 horas a la semana— y por un
periodo más breve (60 años). Cree, en suma, que la prosperidad se logra
gastando, no ahorrando e invirtiendo, como ha hecho la tonta especie humana
durante miles de años. Maravilloso.
Pero
lo interesante es que Pablo Iglesias ya ha puesto a prueba sus ideas madre,
precisamente en Venezuela, donde él y su grupo fueron contratados para encauzar
de diversas maneras el "proceso revolucionario", algo que hicieron
durante 8 años a plena satisfacción de la República Bolivariana —por eso los
mantuvieron dentro del presupuesto durante tanto tiempo—, tarea por la que
cobraron nada menos que 3.700.000 euros: más de 5.000.000 de dólares.
En
ese periodo, de acuerdo con las memorias de la fundación Centro de Estudios
Políticos y Sociales (CEPS), que era la institución que firmaba los acuerdos y
recibía los dineros, Iglesias y sus allegados ayudaron directamente a Chávez a
fomentar su revolución desde el despacho presidencial, a Telesur a crear y
divulgar su propaganda, al Banco Central de Venezuela a desarrollar su política
monetaria, al Ministerio del Interior a manejar sus prisiones (como en la que
yace Leopoldo López), al Ministerio de Trabajo a organizar sus pensiones, y al
Ministerio de Comunicación a no sé qué función exactamente, aunque algún
trabajo pudieron desplegar en el Centro Internacional Miranda, dedicado al
adoctrinamiento político comunista, a juzgar por las palabras de Juan Carlos
Monedero en su conmovido homenaje a Hugo Chávez, en el que recuerda con
tristeza la desaparición del Muro de Berlín, ese monumento al estalinismo.
Es
decir, Pablo Iglesias y sus amigos, de acuerdo a los consejos que aportaban a
tan amplio espectro gubernamental, en gran medida son responsables del caos
venezolano, del desabastecimiento que padece el país, del desorden financiero,
del aumento exponencial de la violencia, del horror de las cárceles, de los
atropellos a la libertad de expresión, de la falta de inversiones extranjeras,
del cierre de miles de empresas, y hasta de la pulverización del Estado de
Derecho al proponer, presuntamente, la eliminación de la separación de poderes
en los cursillos de formación que les daban a los parlamentarios del mundillo
del Socialismo del Siglo XXI.
Naturalmente,
Iglesias y sus amigos de CEPS tal vez aleguen que esto no es cierto, que nadie
les hizo caso durante los 8 años que asesoraron a los bolivarianos, o que los
convenios, realmente, eran una fuente de solidaridad revolucionaria, porque
ellos apenas colaboraban, aunque cobraban, pero, en ese caso, incurrirían en un
delito semejante al que hoy la justicia española les imputa a socialistas y
populares: financiación irregular de actividades políticas con fondos
provenientes del sector público.
Como
me cuesta trabajo creer que Iglesias y sus amigos forman parte de una casta
corrupta, me inclino a pensar que, realmente, lo que hay que imputarles no es
un delito de fraude o peculado, sino un alto grado de corresponsabilidad en el
hundimiento de Venezuela, precisamente por transmitirles a esos
vapuleados ciudadanos las ideas y los conocimientos equivocados.
En
todo caso, es muy probable que Pablo Iglesias, Juan Carlos Monedero y el resto
del grupo, entiendan (como entendía Lenin) que las revoluciones son así:
dolorosas, y devastadoras, como corresponde a la necesaria etapa de demolición
del pasado burgués, lo que explica la conformidad que muestran con cuanto
sucede en Venezuela, postura muy diferente, por cierto, a la del profesor
méxico-alemán Heinz Dieterich y a la del pensador norteamericano Noam Chomsky,
quienes han denunciado los excesos que convulsionan al país sudamericano.
¿Qué
harían Pablo Iglesias, Monedero y sus amigos si tomaran el control de España? A
mi juicio, lo mismo que han contribuido a hacer en Venezuela. ¿Por qué? Porque
no son unos cínicos racistas que quieren para España algo diferente a lo que
aplauden en Venezuela. Quieren lo mismo. Un Estado fuerte presidido por un
grupo revolucionario decidido a implantar el reino de la justicia a cualquier
costo. Quieren acabar con las estructuras burguesas que acogotan al
proletariado, destruir los podridos partidos políticos tradicionales,
encarcelar a quienes se opongan a la voluntad del pueblo y silenciar a esos
medios de comunicación que solo representan los intereses de los propietarios.
Son mentecatos —sus mentes han sido capturadas por el error—, como les sucede a
todos los fanáticos, pero no hipócritas. Y son, además, ilustrados. Esto
agrava las cosas”.
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