La estupidez de muchas personas no tiene límites. Pululan
por ahí muchos “pensadores químicos”, algunos aupados a la poltrona
gubernamental que, con sus sermones y verborrea populista y demagógica,
patrocinan y auspician herejías y violencias por doquier.
Su influencia es tal, que están creando una generación
de fanáticas y exaltadas personas que no traerán nada bueno. Con su “policía de
pensamiento”, que diría Orwell, controlan todo lo habido y por haber, aunque de
esto el “pueblo soberano” ni se entera.
Se creen como auténticos directores del avance y del
progreso, y se autocalifican de demócratas. Son petulantes, pedantes, soberbios
y arrogantes, pero en el fondo son unos auténticos sátrapas y tiranos enmascarados,
que solamente hablan de fascismo, de opresores, de oprimidos, y que ellos, con
sus enormes sueldazos, chalets de lujo y vida a la gran Dumont, construirán el “porvenir
radiante de Humanidad” y el “hombre nuevo”.
Odian a la religión cristiana (de otras no dicen ni
pío), pero ellos mismos tiene una: la del odio. Ya lo decía el criminal Che
Guevara: “El odio como factor de lucha; el odio intransigente al enemigo . .
.”
En fin, ya lo decía el gran Albert Einstein”: “Dos
cosas son infinitas: el universo y la estupidez humana. Y no estoy seguro sobre
la primera”.
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