Laconismo obligado
Y
no me refiero con este título a la película inglesa que llevaba el mismo. Se
trata de la breve intervención de hace unos días de nuestro rey con motivo de
la expansión del COVID-19. Me produjo un sentimiento de incomodidad el
contemplarlo en esa comparecencia a través de los medios de comunicación, en
una intervención obligada pero que a mí me resultó en cierto modo forzada y no
diré penosa pues tal vez sería una expresión demasiado fuerte y algo exagerada.
Creo
que para él ese momento pasará a ser un mal recuerdo pues, al ser muy reciente
el comunicado en que daba cuenta de la traumática ruptura con su padre, su cara
era reflejo del gran y lógico disgusto y, al juntarse esa triste circunstancia
con el deber de la comparecencia ante su pueblo a causa de esa amenaza vírica
que está causando destrozos cada vez más insospechados, era patente su incómoda
situación.
Repito
que su presencia ante el pueblo era obligada pero no resultaron adecuados ni el
momento, algo tardío e influido por el problema paterno, ni sus propias
palabras, totalmente previsibles y sin aportar gran cosa a la mejora anímica de
los ciudadanos, que era lo que se perseguía, ante la delicada situación que se
está viviendo.
Dado
el artero manejo que estamos soportando en los movimientos políticos, no parece
aventurar demasiado si pensamos que esta comparecencia, en el modo y momento
fué fruto de ese manejo que no deja de propiciar situaciones que debiliten lo
que conviene a unos pocos al tiempo que fortalece sus interesadas pretensiones.
Difícil será asegurarlo con certeza plena pero podemos imaginar que no se
dejaron precisamente a la iniciativa del monarca ni el momento, ni quizá las
palabras ya que éstas no sonaron a propias ni fueron especialmente expresivas;
solamente un breve y simplemente correcto discurso que, realmente podría haber
firmado cualquier jefe del estado con los tópicos propios de la ocasión:
unidad, solidaridad, paciencia, confianza y unos toques de esperanza pero que
resultó vacío de un contenido más comprometido y comprometedor, falto de algún
detalle que pudiera considerarse como más espontáneo y personal. Creo que
muchos españoles esperábamos bastante más, dada la aceptación, afecto y
simpatía de que goza don Felipe, pero en esta ocasión, desafortunadamente, su
intervención no contribuyó a consolidar y aumentar esos sentimientos. Tampoco
lo contrario pero sí, hablo siempre a mi parecer, más indiferencia que
decepción.
No
nos hubiese gustado nunca haber visto a nuestro rey en semejante posición pero
las circunstancias mandan y, en este caso su intervención era esperada y fué
obligada y, aunque no a su debido tiempo, quizá habría sido peor el haberla
pospuesto más. Ahora, ya no hay remedio. Lo hecho y dicho, hecho y dicho está.
Nos queda la lucha de todos y cada uno contra este mal al que, no vamos a
mentir, no tomamos muy en serio desde el principio ya que no podíamos pensar
que (algunos, podemos decir que, a nuestras edades), ya habíamos experimentado
todo lo experimentable, sobre todo en el caso de las plagas pues tales eran los
adelantos de la ciencia que pensábamos que ésta sería capaz de frenar en cuatro
días cualquier mal que amenazase convertirse en endémico y después en
pandémico. Bueno, pues de pronto aparece un bicho tan mínimo que no podemos
verlo y que pone de cabeza al mundo entero en una lucha en la que por el
momento está ganando.
Por
no ser experto en esta última materia sino ignorante, nada puedo añadir sobre
ella sino animar a todos y a mí el primero, a poner en práctica las normas que
nos indican los que deben hacerlo sin tregua ni desmayo, y pedir a Dios que nos
ayude en todo.
Y en cuanto a la intervención de don
Felipe, al tiempo que me hago cargo y lamento su reciente disgusto, comprendo
su laconismo y le deseo de todo corazón momentos más felices en su reinado.
Francisco Alonso-Graña del valle
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