viernes, 3 de abril de 2020

El discurso del rey



Laconismo obligado

Y no me refiero con este título a la película inglesa que llevaba el mismo. Se trata de la breve intervención de hace unos días de nuestro rey con motivo de la expansión del COVID-19. Me produjo un sentimiento de incomodidad el contemplarlo en esa comparecencia a través de los medios de comunicación, en una intervención obligada pero que a mí me resultó en cierto modo forzada y no diré penosa pues tal vez sería una expresión demasiado fuerte y algo exagerada.

Creo que para él ese momento pasará a ser un mal recuerdo pues, al ser muy reciente el comunicado en que daba cuenta de la traumática ruptura con su padre, su cara era reflejo del gran y lógico disgusto y, al juntarse esa triste circunstancia con el deber de la comparecencia ante su pueblo a causa de esa amenaza vírica que está causando destrozos cada vez más insospechados, era patente su incómoda situación.

Repito que su presencia ante el pueblo era obligada pero no resultaron adecuados ni el momento, algo tardío e influido por el problema paterno, ni sus propias palabras, totalmente previsibles y sin aportar gran cosa a la mejora anímica de los ciudadanos, que era lo que se perseguía, ante la delicada situación que se está viviendo.

Dado el artero manejo que estamos soportando en los movimientos políticos, no parece aventurar demasiado si pensamos que esta comparecencia, en el modo y momento fué fruto de ese manejo que no deja de propiciar situaciones que debiliten lo que conviene a unos pocos al tiempo que fortalece sus interesadas pretensiones. Difícil será asegurarlo con certeza plena pero podemos imaginar que no se dejaron precisamente a la iniciativa del monarca ni el momento, ni quizá las palabras ya que éstas no sonaron a propias ni fueron especialmente expresivas; solamente un breve y simplemente correcto discurso que, realmente podría haber firmado cualquier jefe del estado con los tópicos propios de la ocasión: unidad, solidaridad, paciencia, confianza y unos toques de esperanza pero que resultó vacío de un contenido más comprometido y comprometedor, falto de algún detalle que pudiera considerarse como más espontáneo y personal. Creo que muchos españoles esperábamos bastante más, dada la aceptación, afecto y simpatía de que goza don Felipe, pero en esta ocasión, desafortunadamente, su intervención no contribuyó a consolidar y aumentar esos sentimientos. Tampoco lo contrario pero sí, hablo siempre a mi parecer, más indiferencia que decepción.

No nos hubiese gustado nunca haber visto a nuestro rey en semejante posición pero las circunstancias mandan y, en este caso su intervención era esperada y fué obligada y, aunque no a su debido tiempo, quizá habría sido peor el haberla pospuesto más. Ahora, ya no hay remedio. Lo hecho y dicho, hecho y dicho está. Nos queda la lucha de todos y cada uno contra este mal al que, no vamos a mentir, no tomamos muy en serio desde el principio ya que no podíamos pensar que (algunos, podemos decir que, a nuestras edades), ya habíamos experimentado todo lo experimentable, sobre todo en el caso de las plagas pues tales eran los adelantos de la ciencia que pensábamos que ésta sería capaz de frenar en cuatro días cualquier mal que amenazase convertirse en endémico y después en pandémico. Bueno, pues de pronto aparece un bicho tan mínimo que no podemos verlo y que pone de cabeza al mundo entero en una lucha en la que por el momento está ganando.

Por no ser experto en esta última materia sino ignorante, nada puedo añadir sobre ella sino animar a todos y a mí el primero, a poner en práctica las normas que nos indican los que deben hacerlo sin tregua ni desmayo, y pedir a Dios que nos ayude en todo.

Y en cuanto a la intervención de don Felipe, al tiempo que me hago cargo y lamento su reciente disgusto, comprendo su laconismo y le deseo de todo corazón momentos más felices en su reinado.


Francisco Alonso-Graña del valle

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