Hemos escrito varias veces sobre estos asuntos. Viendo
como están las cosas en estos momentos, volvemos al tema, ya que la situación
actual es poco menos que de hecatombe.
Un principio afable, agradable, afectuoso, servicial,
etc, de la vida no cabe duda que es la buena conciencia, o “concencia”, como
dicen algunos, algunas y “algunes”.
Según el Diccionario de los “inmortales” de la RAE,
conciencia es:
“Conocimiento del bien y del mal que
permite a la persona enjuiciar moralmente la realidad y los actos,
especialmente los propios”. También se define como “Sentido
moral o ético propios de una persona”. En el terreno de la psicología la
definición es “Facultad psíquica por la que un sujeto se percibe a sí mismo
en el mundo”.
Visto lo anterior, vemos que la palabra conciencia
tiene dos significados y sentidos: uno moral y otro psicológico. Las personas
tienen conciencia por ser simplemente animales racionales, mientras que los
otros animales no la tienen, aunque un votante sociata dijo en una ocasión
cuando se le murió el perro: “Qu en paz descanse”.
En la conciencia está la razón, que es la capacidad y
virtud de juzgar, siendo la conciencia moral la que juzga el bien y el mal por
medio de los actos que se realizan, siendo éstos unos superficiales y otros
profundos. No es lo mismo jugar una partida al mus o al ajedrez, que decir una
verdad, o una mentira o “cambio de opinión”.
Si las leyes no están basadas en la razón, entonces ya
no se vive como personas, sino como orangutanes, “orangutanos” y “orangutanas”,
pero vestidos, vestidas y “vestides”.
Para muchos, muchas y “muches”, la conciencia es la
que se impone por mor del saber público, o por mor de los que tienen la sartén
por el mando. Para eso están los bulos y el fango, oiga.
Pero, claro, muchas veces se desobedecen ciertas
leyes, normas, criterios, etc, ya que lo que se pretende con estas leyes y
demás no es el orden ni el bien públicos, sino el mantener a ciertos sujetos,
sujetas y “sujetes” en la poltrona. Tal desobediencia puede venir de la onda y
del grito de la conciencia.
Y así llegamos al “superhombre” de Nietzsche que
decía, entre otras cosas, que “Dios ha muerto”. Y esto se lo creen
muchos, muchas y “muches”, aunque hayan visitado al Papa.
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