martes, 12 de diciembre de 2017

Sobre el insulto


El hatajo de fámulos de lo políticamente correcto, no paran de insultar a políticos y personas que no comulguen con sus ideas. Este cúmulo de insultos, e incluso de agresiones, no son buenos para la convivencia pacífica de los españoles. 


No se dan cuenta estos del “agitprop” que las diferencias políticas hay que defenderlas con argumentos y no con insultos. Además, estos progres de salón, de pesca submarina, de suntuosos chalets, de “volvos” y “bemeuves”,  tampoco se dan cuenta de que, en realidad, con sus insultos no hacen más que dar la razón al insultado. 

El necio, el badulaque, el truchimán, el barbián, etc, tiene en el insulto su arma porque le evita el engorro de tener que argumentar, cosa que para la cual no está preparado. Además, cuando insulta, no se da cuenta de que lo que dice ya está hábilmente diseñado y precocinado.

En fin, este tipo de gente, emboscándose cobardemente muchas veces en el anonimato, se creen que insultan, pero en realidad lo que hacen son defecaciones mentales que ni los propios australopitecus y pitecamtropos serían capaces de proferir.

Hay también otro tipo de insulto: el que se hace a la inteligencia humana. Es el que profieren guiñapos intelectuales de corte marxista-leninista-gramsciano que, pluma en ristre, siembran el odio, el rencor y el resentimiento explicando “científicamente” todo el acontecer humano.

En fin, el insulto es el arma del bruto, del estulto, del ignorante, ya que es incapaz no sólo de dialogar, sino de razonar. Su fanatismo ideológico se lo impide. Como decía Diógenes, “el insulto deshonra al que lo infiere, no a quien lo recibe”.



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