Como decíamos en la anterior entrega, son varios los frentes desde los que se está intentando acabar con la unidad de la nación: desde la enseñanza, pasando por los distintos frentes políticos, económicos, históricos, sociales y, si nos apuramos un poco, hasta en lo deportivo. Y seguimos.
En el frente deportivo la cosa es poco menos que esperpéntica. Todos hemos visto en el campo de fútbol del Barcelona pancartas con “esto no es España”, o al público gritando “¡somos una nasió!”.
La prensa, por otra parte, creemos que está fomentando este frente. Cuando un deportista participa en un evento representando a España, se habla del piloto catalán, del piloto y ciclista asturiano, o del tenista mallorquín, nunca del español.
Todo lo anterior no es de extrañar, dado los personajes que compusieron, y aún componen los distintos gobiernos autonómicos, o central, integrados por ilustres e ínclitos personajes, como era el bachiller Montilla; o el no menos inefable Pepiño Blanco, con sus amplios conocimientos enciclopédicos, sobre todo en materia jurídica; o el gran maestro de la mentira Rub-al-Kaaba, sin tener en cuenta a los Zerolo y Llamazares, “intérpretes de la realidad social”.
Volviendo al tema del estatuto catalán, estaríamos ante una humillación sin precedentes, no sólo para España, sino para todo el mundo occidental. Los gobernantes antes mencionados, y algunos más, apoyados por sus mamporreros, no cuentan con el apoyo del pueblo para aprobar el citado estatuto. Esto es obvio y notorio, pero no público.
Todos sabemos que cuando se firma un tratado humillante, que viene precedido por la fuerza, la legalidad y la legitimidad brillan por su ausencia, motivos que pueden llevar a situaciones límite nada buenas para la sociedad española.
Ya que últimamente se habla mucho de hacer “consultas populares”, ¿por qué no se hace un referendum a nivel nacional en el que el pueblo exprese su opinión sobre el derecho a la vida, sobre educación, sobre la división de poderes, sobre la despolitización de la justicia, sobre religión, etc? ¿Por qué no se obligan a todos los poderes públicos, detentados ya sabemos cómo, a que se reconozca que somos seres trascendentes, no sólo “medibles” por lo que consumimos o por lo que producimos?
Por otra parte, se dan en España una serie de connotaciones que no se dan en el resto de Europa. A saber:
a).- A pesar de la Constitución del 78, aún hoy, treinta y nueve años después, no tenemos un modelo de estado definido. Se ha inventado “el estado de las autonomías”, que para lo único que ha servido es para ir quitando al Estado sus verdaderas competencias, trayendo esto la nefasta consecuencia de diferentes “modus vivendi” en las distintas autonomías y, lo que es peor, creando de forma artificial una fronteras basadas en unas etnografías inexistentes. Y no digamos ya nada del derroche y despilfarro que suponen tales autonomías.
b).- En España se ha suprimido el concepto de nación.
c).- En ningún país de Europa se da el caso de que haya un terrorismo propio encargado de dinamitar la unión de la nación. Además se da la circunstancia gravísima de que simpatizantes y miembros del citado terrorismo, están en instituciones percibiendo sus dineros a costa de los presupuestos que pagamos todos los españoles.
c).- Y lo más grave: debido a la poderosísima propaganda de los “mas-media”, se ha hecho creer al pueblo español que tenemos una auténtica democracia, con una experta y verdadera clase política en donde la separación de poderes funciona correctamente, etc, etc. Todo mentira ¿Cómo es posible que se diga esta gran memez si, como todos sabemos, las democracias europeas tardaron siglos en afianzarse? ¿Será que España es diferente? Puede que así sea, porque hemos conocido a recalcitrantes defensores del régimen anterior, decir a los cuatro días que eran “socialista de toda la vida” y “yo siempre pensé en socialista”
En un próximo artículo veremos también “Delenda est, Europa”.
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