viernes, 3 de febrero de 2012

La Ópera ( X I )



Argumentos de algunoas óperas

LA TRAVIATA
(Autor: Giuseppe Verdi - Actos: III)

     
 La fuente de esta ópera es La dama de las camelias de Alejandro Dumas hijo. Cuando éste era joven, legó a su amada, una mujer de mundo llamada Alphonsine Plessis, conocida en la ciudad como "La dama de las camelias", que murió joven, un monumento poético, primero en el marco de una novela, más tarde en un drama. Un gran monumento de mármol en el venerable cementerio de Père Lachaise oculta su cuerpo, arrebatado a los 25 años por la tuberculosis. Sigue viviendo, idealizada, en la obra del joven Dumas, donde se llama Margarita Gautier, y Violeta Valéry en La traviata verdiana.


Personajes.- Violeta Valéry (soprano); Flora Bervoix, su amiga (mezzosoprano); Annina, la criada de Violeta (mezzosoprano o soprano); Alfredo Germont (tenor); Giorgio Germont, su padre (barítono); Gaston, vizconde de Létorières (tenor); el barón Douphol (barítono); el marqués de Obigny (bajo); el doctor Grenvil, médico (bajo); criados de Violeta y Flora, un comisario, damas, caballeros.

Lugar y época.- En París y alrededores, hacia mitad del siglo XIX.

Argumento.- El preludio se ha hecho célebre y con razón. En él suenan, con infinita delicadeza (que en aquel entonces se consideraba "no verdiana"), los temas principales de la ópera: amor y muerte. El último como una extinción silenciosa, como el marchitarse de una flor después de un breve florecimiento. El amor, en cambio, con una melodía llena de movimiento interior, con más sentimiento que sensualidad (lo que podría corresponder más al carácter de Verdi que al libreto). Luego suena una música festiva. En la casa de Violeta, una famosa y bella cortesana parisiense, hay baile y banquete. Un amigo presenta al joven Alfredo Germont que, respondiendo a una iniciativa de Violeta, levanta su copa al son de un brindis que se ha hecho muy popular. Violeta responde con la misma melodía, pero a la soñadora glorificación del amor que canta Alfredo opone una alabanza de la vida de placer. El baile sigue, pero un ataque de tos sorprende a Violeta la "Traviata", que se podría traducir como la "Descarriada". Alfredo se ocupa de ella y reconoce el profundo amor que siente por ella desde hace un año. Violeta, que conoce demasiado la vida para creerle en seguida, responde con palabras ligeras. A pesar de ello, su hondo sentimiento la conmueve profundamente. Le regala una de sus flores preferidas, una camelia. Alfredo pregunta cuándo volver. "Cuando la flor se haya marchitado". "¿Mañana entonces?". "Sí, mañana". Las luces se apagan y Violeta se queda sola en sus salones vacíos. Entonces abre su corazón. Verdi ha hecho de este largo monólogo una obra maestra tanto desde el punto de vista musical como desde el psicológico. La voz comienza vacilando, como si antes tuviera que organizar todo lo que ha oído.

Sin embargo, la mujer de mundo rechaza una vez más el sentimiento auténtico que comienza a crecer en ella. Con "¡Folli, follie!" interrumpe la melodía de amor y entona una canción triunfal al oropel mundano y al placer. En sus coloraturas cada vez más audaces y ligeras se combina dos veces, desde la lejanía, la voz de Alfredo con su motivo de amor, pero la frivolidad de Violeta conserva el lugar dominante.

El acto segundo se desarrolla en el campo, cerca de París. Alfredo y Violeta viven allí felices, unidos por un profundo amor. Cuando Alfredo se entera por medio de la criada de que Violeta planea vender todas sus posesiones para dejar de ser una carga para él, parte hacia la ciudad, donde espera obtener el dinero necesario para seguir con aquel tren de vida. Se anuncia una fiesta a Violeta. Ésta cree al principio que tiene delante al comprador al que se dirigió. Pero quien está allí, con resolución fría, casi despectiva, es el padre de su amado. Ha ido a "salvar" a su hijo, a rescatarlo de los brazos de la "descarriada". Pero bastan unos instantes para convencerle de su grave equivocación. La persona con la que se encuentra no sólo es una auténtica señora sino también una mujer que ama sinceramente. El dúo es largo, muy bello desde el punto de vista melódico y psicológicamente impecable. Germont, el padre de Alfredo, debe exigir el fin de la relación casi contra su propia convicción. Está en juego la felicidad de su hija, cuyas perspectivas de matrimonio fracasarían si su hermano sigue viviendo con una mujer de dudosa reputación. Violeta, dispuesta a defender su amor, se siente débil ante la respetabilidad burguesa, que nunca ha conocido.

Al principio cree que sólo será una separación temporal, tal vez sólo fingida. Pero Germont le pide algo más difícil: una separación definitiva. Y no sólo eso: el sacrificio debe hacerse de manera que Alfredo deba pensar en el fin del amor de Violeta, incluso en un engaño de su parte, para que se "cure" completamente. Después de una difícil lucha interior, Violeta se decide a dar ese paso como la prueba más alta de su verdadero amor. Profundamente conmovido, Germont, que ha ido como enemigo, la abraza antes de retirarse. Violeta escribe rápidamente las dos cartas pedidas. Anuncia a su amiga Flora que acudirá esa misma noche para participar en una gran fiesta, y a su amado, que en cualquier momento regresará de París, le explica que no puede seguir soportando más toda aquella vida. La "dama de las camelias" se siente atraída de nuevo por el placentero trajín de la vida mundana de la ciudad. Entonces aparece Alfredo en la puerta. Violeta, muy alterada, se arroja llorando en sus brazos (mientras en la orquesta estalla la melodía de amor).

Violeta escapa. Al principio, Alfredo se queda perplejo. Nunca ha visto así a su amada. Entonces descubre la carta. Pero cuando quiere salir corriendo detrás de Violeta, lo rodean los brazos de su padre. Su magnífica aria de consuelo corresponde a los últimos instantes de este agitado acto.

El baile en la casa de Flora constituye el marco del segundo gran final. Baile, lujo, brillantes escenas corales. Violeta aparece del brazo del barón Douphol. Teme un encuentro con Alfredo, a quien nunca ha dejado de amar. Su íntima melodía, repetida tres veces, contrasta con el ruido frívolo de la mesa de juego. Alfredo está allí y reta a Douphol a una partida. Los rivales se sientan a la mesa para jugar. Alfredo gana sin interrupción y su estado de ánimo es cada vez más acalorado e impredecible. Violeta le dice que evite aquellos círculos. Alfredo está dispuesto a todo, pero sólo con la condición de que Violeta le siga. En ella luchan los sentimientos más opuestos. La promesa que ha hecho se lo prohibe, explica al amado. Alfredo cree que se refiere a Douphol y se enfurece. Convoca gritando a los demás invitados, que son testigos de una horrible escena: Alfredo insulta a quien antes amaba y con palabras ofensivas le arroja en el rostro el dinero que acaba de ganar. Violeta se desvanece. En medio de la turbación de todos los presente, la voz seria y severa de Germont impone tranquilidad, y exige cuentas a su hijo por haber insultado sin justificación a una dama.

El acto tercero tiene un magnífico preludio orquestal en el que la melodía inefable y dolorosa de los violines recuerda la atmósfera de amor y muerte que había fijado el "leitmotiv" de toda la obra en la introducción al primer acto. Violeta yace en su casa, mortalmente enferma de tuberculosis. Es sólo una sombra de sí misma. La vida nocturna y agotadora  ha destruido su juventud radiante y la preocupación por Alfredo ha consumido su alma. Fuera se oye el ruido del carnaval. Entra el médico y da ánimos a Violeta, pero ella sabe que sólo moribunda puede abrazar a su amado, cuya visita le ha anunciado una carta de Germont. Verdi ha creado esta escena de manera conmovedora: Violeta lee la carta con voz temblorosa mientras que una susurrante melodía de violín le recuerda tiempos pasados. Cristaliza una gran aria: la despedida de Violeta del pasado, de la vida.

Alfredo abra la puerta de golpe y corre a los pies de Violeta. En la orquesta se oyen, por así decirlo, los furiosos latidos del corazón de ambos amantes, hasta llegar a un impetuoso arrebato de júbilo. Los llena una nueva esperanza, nuevos planes, un nuevo amor, una nueva vida, lejos de París, otra vez en la soledad, en la felicidad...

Un sentimiento desconocido y dichoso aleja el dolor y el presentimiento de la muerte dorando sueños que jamás podrán ser realidad. Cuando entran Germont y el médico, Violeta ya ha expirado en brazos de Alfredo. Entre las numerosas muertes operísticas, la de La traviata es una de las más conmovedoras y bellas. En su época, en la que se moría en escena de una puñalada o por envenenamiento, fue también una audaz innovación.

Historia.- La traviata se estreno en el Teatro de la Fenice de Venecia, el 6 de Marzo de 1.853, siendo un auténtico fracaso, que Verdi admitió dolorosamente. Una de las cusas delcitado fracaso, fue que el papel de la actriz principal estaba representado por una mujer de gran presencia física, robusta y fuerte, y que al morir de tuberculosis provocó la hilaridad entre el público. Un año más tarde, se hizo un nuevo montaje, corrigiendo este eror y otros, lo que hizo que esta vez obtuviese un gran éxito al ser representada en el Teatro de San Benedetto de Venecia, el 6 de mayo de 1.854. Desde entonces, La traviata ocupa un lugar de honor entre las principales óperas. (Hasta aquí capítulo XI. Se insertó “Brindisi” por un joven Plácido Domingo”)

Vean y escuchen a jun joven Plácido Domingo en el "Brindisi", de esta ópera



Luis David Bernaldo de Quirós Arias

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