Como decíamos en nuestro anterior artículo, el
terrorismo intelectual marxista comenzó con los Gramsci, Münzenberg y Lukacs
principalmente, aunque también hubo otros que siguieron sus pasos. Sobre
Gramsci ya hemos escrito los artículos intitulados “Antonio Gramsci” y “El
otro terrorismo”, publicados en este blog con fechas 12 de agosto de 2024,
y 28 de abril del mismo año.
No cabe duda de que Gramsci fue el primero que, contradiciendo hasta cierto punto a Lenin, cambió al terreno de la cultura el pilar marxista de la lucha de clases, aunque en ambos casos el terrorismo está presente: en Gramsci, el intelectual, y en Lenin el de masas.
El
plan de Gramsci, como ya es sabido, consistía, y consiste, en la toma del poder
no por vía democrática, sino en la destrucción de los principios y fundamentos
morales y éticos del cristianismo que, en fin de cuentas es lo que persigue el
marxismo con su odio visceral a todo lo que huela a religión cristiana. De
otras no dice ni pío.
Otro
de los personajes de este terrorismo intelectual, fue Willi Münzenberg, alto
cargo de la Kommintern en los tiempos de Lenin y Stalin. Este sujeto se encargó
de expandir por el mundo occidental todo el programa de este nuevo sistema
subversivo, que tendría una gran aceptación gracias a los “tontos útiles”, que
diría Lenin.
Esta
nueva táctica de terrorismo intelectual, tuvo su origen en un “viaje” (I) que hizo
Antonio Gramsci a la URSS, al comprobar “in situ” que el comunismo no
funcionaba desde un punto de vista político y mucho menos democrático. Se dio
cuenta que el régimen soviético sólo subsistía mediante la aplicación del
terror de masas, lo que traía el miedo y el sufrimiento de la población. Sobre
el citado terror de masas, bastan un par
de frases. Así, Lenin decía: “Sí para llegar a nuestros fines debemos eliminar el 80%
de la población, no vacilaremos, un solo instante.". No menos contundentes eran
estas otras de Mao Tse Tung: "Para decirlo con toda franqueza,
en todas las aldeas se necesita un breve período de terror".
La
verdad es que, al contrario de los citados “tontos útiles” que visitaban la
URSS y salían de allí cantando y contando sus excelencias, Gramsci no mordió el
anzuelo, aunque su fanatismo marxista le impedía deshacerse del clíbano mental
que tenía sobre el asunto.
Y
este clíbano mental, a pesar de lo visto en la URSS, le hacía ver, creer y
comprender que el marxismo seguía siendo infalible. Si esto era así, ¿cómo se
explicaba entonces la situación tan desastrosa de lo visto en la Unión
Soviética? ¿Cuál era el motivo? ¿Por qué no funcionaba aquello?
Como
no podía ser de otra manera, había que dar una “explicación científica” a todo
esto. Y, claro, tal explicación no podía ser otra: el fracaso del comunismo era
culpa de la tradición judeocristiana que, con sus principios, normas y leyes,
había dominado las conciencias durante dos mil años impidiendo la realización
de la doctrina marxista.
Y es aquí donde el marxismo despliega todo su
arsenal para atacar de una manera más contundente a la religión cristiana,
empezando por la familia y la propiedad privada, que son los pilares naturales
de toda sociedad normalmente constituida. Ya Engels en su día había dicho que “La liberación de la mujer pasa por la destrucción de la familia y su
ingreso al mercado del trabajo. Así, ocupará su lugar en la sociedad de
producción, ya sin el yugo marital ni la carga de la maternidad”.
( I ).-
Conviene recordar que este “viaje” de Gramsci a la URSS, fue porque salió
huyendo de Mussolini, como hicieron otros muchos líderes comunistas en España
que, cuando vienen la duras, en vez de dar la cara con valentía, salieron
huyendo en aviones, buques y hasta en ambulancias llevando joyas, alhajas, etc.
Continuará.
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