Así se intitula el libro de Jesús Hernández, Editorial G. del
Toro, 1.974, 231 páginas incluido Índice.
El autor nació en Murcia en 1907, aunque toda su infancia y
juventud la pasaría en Bilbao. En el año 1.921, con 14 años, forma parte del
núcleo que fundaría el Partido Comunista de España.
Al proclamarse la II República en 1.931, asume la dirección del diario comunista Mundo Obrero, siendo
designado miembro del Buró político del PC.
En las elecciones de febrero de 1.936 es elegido diputado por
Córdoba, y posteriormente, con la guerra ya comenzada, forma parte del gobierno
de Largo Caballero, desempeñando el cargo de ministro de Instrucción Pública
hasta mayo de 1.937.
En el gobierno que presidió Juan Negrín fue ministro de
Instrucción y Sanidad, siendo designado posteriormente, en 1.938, comisario
general del Ejército Centro-Sur, cargo que ocupó hasta la sublevación del
coronel Casado.
Al terminar la guerra, emigró a la URSS, en donde permaneció hasta
1.944.
Como se ve en esta pequeña reseña, el autor no tiene nada de
“fascista”.
Jesús Hernández, y toda una pléyade de desencantados comunistas,
como Trotsky, Bordiga, Andreu Nin y un larguísimo etc, fueron calumniados,
ultrajados, tildados, como siempre, de “agentes del imperialismo” y algunos de
ellos asesinados, por decir la verdad: que la URSS era el país de la gran
mentira. Simplemente se atrevieron a denunciar todo el terror y el horror del
sistema.
Nos cuenta Jesús el episodio estremecedor de los niños que fueron
a Rusia: sus enfermedades, sus trabajos forzados, etc, etc. Llama la atención
la negativa de La Pasionaria a que muchos de esos niños, que sus familiares
querían que regresasen a España, pudiesen hacerlo. "No podemos permitir que salgan de aquí como furibundos
antisoviéticos", decía la individua. Algunos de estos niños regresaron
a en 1.956, una vez fallecido el criminal Stalin, con el que La Pasionaria
tenía mucho “feeling”.
Dentro del capítulo II, página 65, se puede leer:
“En Moscú es imposible saber nada de nada. En toda la URSS sucede
igual. El ciudadano extranjero que viva unos meses consecutivos en los dominios
de Stalin termina por olvidarse hasta de la rotación de la Tierra. Ni prensa
extranjera, ni radio, ni informaciones del mundo, ni rumores o cuchicheos, ni
declaraciones de políticos, ni indiscreciones de “allegados”. Nadie habla.
Nadie sabe. Nadie dice. Nadie curiosea ni se preocupa por enterarse, pues saber algo es peligroso. Si algún indiscreto
pregunta la cosa más inocua corre el riesgo de verse detenido por sospechoso de
espionaje. Se vive en el más definitivo de los limbos. Las noticias de Izvestia o de Pravda dicen sólo lo que quieren decir
e informan de lo que quieren que se entere la opinión pública. Como no existe
posibilidad humana de conocer distintas opiniones de las oficiales, resulta que
la política soviética siempre es la más justa y adecuada y que lo que dicen,
hacen o dejan de hacer las potencias extranjeras es abominable o es estúpido.
El ciudadano soviético no conoce otra verdad que la establecida por la sección
de propaganda del Comité Central del Partido Bolchevique. El juicio de las
gentes es dirigido hacia unas conclusiones preconcebidas. Puede creer o no
creer, pero no tiene más base de orientación que el instinto. Resulta casi
imposible enterarse de lo que sucede en casa del vecino, del acontecimiento
ocurrido a diez pasos de nuestro lugar habitual. Un pueblo puede ser trasladado
íntegramente a Siberia y se necesitarán meses enteros para que los propios
parientes que habiten a diez leguas de distancia se enteren del hecho”.
Del Capítulo I destacaríamos los apartados “El estado especulador”, “Lujo y miseria”, “Corrupción sexual en la URSS”, “Un pueblo sin libertad y un
régimen sin democracia”.
No los transcribimos porque sería muy largo. No merece la pena.
En fin, y como siempre decimos, libro recomendado para los
historieteros de salón “bien pagaos” del régimen y para todos aquellos
mentirosos que no cesaron, ni cesan, de decirnos hasta la saciedad que la URSS
ayudó a la II República Española para defender las libertades y la democracia.
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