viernes, 2 de diciembre de 2011

¿Para qué queremos el socialismo?

Después de la catástrofe electoral pasada del PSOE, ya empiezan a escucharse lamentaciones, algunas procedentes de la derecha complaciente, por la posibilidad de que el PSOE desaparezca del mundo político civilizado.  No sería esto motivo de gemido, sino de celebración. Las crisis  no siempre enteramente nefastas (como lo fue el PSOE a lo largo de su larga historia), y si de ésta se siguen la desaparición del estado de las autonomías según mandato constitucional (que dijo el otro), de la burocratizada, carísima, socializante e inútil Comunidad europea, y del partido socialista español, la daremos por aceptable. También en Francia y en Italia, con su secretario general Benito Craxi refugiado en el jardín de Alá, desaparecieron los partidos socialistas respectivos, y no pasó nada.

El PSOE está hundido. Es un partido del siglo XIX que no supo adaptarse a la línea socialdemócrata de sus homólogos socialistas del Norte de Europa, por o que sólo le queda desaparecer como los socialismos del Sur. Para colmo del absurdo, este partido que a comienzos del siglo XX representaba la modernidad, según diganístico de Ortega y Gasset, la sigue representando en los primeros años del siglo XXI, lo que demuestra o bien que en España no hay calendarios ni relojes, o no los ponen en día y hora. Aquel que iba a gobernar con “talante”, “tolerancia”, etc, y que lo hizo enseñando más de la cuenta las orejas del lobo del totalitarismo socialista, y que la noche de la derrota no ha sido capaz ni de dar la cara, ya que es historia, lo mismo que Rubalcaba, la Pajín, la Aido, el Pepiño y demás corte milagrera, la peor y más siniestra historia política española desde los tiempos de Fernando VII con su camarilla de Calomardes, Chamorros, Ugartes, aguadores, canónigos trabucaires, jaques de taberna y otras especies variopintas. El PSOE demostró, por si hiciera falta demostración, que no se puede gobernar haciendo política antiespañola, ni con mentiras e improvisaciones, piruetas y chorradas, poniendo especial empeño en cuestiones que afectan a minorías antisociales como el matrimonio homosexual y el aborto a mansalva; a la ciencia ficción, como el cambio climático, o que sólo interesan a los turcos, como la solemne melonada de la Alianza de Civilizaciones. Pero, ojo, todos estos desatinos no son responsabilidad única de Z, que fue elegido secretario general de su partido casi con el cien por cien de los votos. Hubo una temporada en que todos los socialistas hacían piña en torno al Jefe. Al PSOE le sucedió lo mismo que al ejército alemán en un cuento de Chesterton, derrotado por exceso de disciplina. La falta de sentido crítico de los socialistas ha sido la causa principal de su suicidio. Ahora sólo falta que lo lamenten algunos.

Ignacio Gracia Noriega

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