Y seguimos viendo cosas sobre aquella nefasta
República, que ahora no las comentan los "historieteros".
Como decíamos en el anterior artículo, en éste veremos el comportamiento de los milicianos, narrado por el que fuera secretario de Azaña entre los años 1935 y 1939, Santos Martínez Saura, en su obra intitulada “Memorias del secretario de Azaña”, Editorial Planeta S.A., 1999, 799 páginas incluido Índice Onomástico. En las páginas 425 y 426, se lee:
“A finales de agosto del 36 ya llevaba yo
casi mes y medio sin estirar las piernas más que en Campo del Moro,
cuando después de comer lo hacía el presidente acompañado de algún amigo suyo o
sus ayudantes, por lo que una de aquellas noches, no resistiendo más el
encierro y el calor, me aproveché de que don Manuel habíase retirado temprano a
sus habitaciones y, como estuvieran de guardia los comandantes Parra y Riaño,
de nuestra absoluta confianza, decidí salir a la calle y andando me dirigí al
café Zahara, en la Gran Vía, donde se reunían amigos nuestros. Y allí estaba
con ellos explicándoles mi ausencia y comentando los vaivenes de la guerra
cuando apareció una de aquellas patrullas formadas por quienes todo lo querían
menos acercarse a los frentes de lucha donde de verdad estaba el enemigo
- moros y legionarios ya habían entrado a ciertos barrios de la capital –
para, en cambio, andar por las calles y los cafés pidiendo documentos de
identidad, credenciales expedidas por partidos políticos y sindicatos, a todo
el que encontraban o se reunían en aquellas tertulias como la nuestra. El
atuendo de los llegados era, como se sabe, pañuelo rojo y negro al cuello más
algunas prendas del equipo militar, fusil al hombro o pistola a la cintura,
cuando no lo uno y lo otro al mismo tiempo; tratábase de afiliados o arrimados
a una de las dos grandes sindicales que se disputaban el dominio del proletariado.
Todos los presentes fueron mostrando sus carnets y papeles,, y llegando a mí
les dije, avalándolo aquellos contertulios, que yo era el secretario particular
del presidente de la República y no había tenido la precaución, al salir de
palacio, donde estaba hacía media hora, de echarme al bolsillo alguna
identificación. Se rieron porque no lo creían, sin abandonar su terquedad y yo,
con los demás, trataba de convencerlos. Me pidieron ahí ir con ellos a la calle
donde estaban otros de su catadura, o vaya usted a saber a qué lugar y para qué
querrían que los acompañase, hasta que armándome yo de insensatez , que no de
valor, accedí a lo que pedían porque donde estábamos había ya demasiada
expectación. Así lo hicimos, y allí en la puerta del café tenían un viejo
coche, desde luego que robado, con el que vaya usted a saber cuántas fechorías
habrían ya cometido, pues otro de sus quehaceres era irrumpir en domicilios y
después de saquearlos llevarse consigo a los desdichados que creían derechistas
o carecían de esos papeles, carnet de afiliación política izquierdista, etc,
donde comprobasen su adhesión al régimen que ellos querían hacer prevalecer en
aquellos días, sí, se los llevaban a lugares apartados; los accesos a la Ciudad
Universitaria eran sitio preferido de aquellos asesinos y allí les daban un
tiro en la nuca”.
Sigue el
secretario de Azaña narrando la aventura que terminó felizmente para él, pues
invitó a sus secuestradores a pasar por delante de Palacio, siendo
identificado por la guardia.
En la próxima entrega veremos, entre otras
cosas, algunas palabras pronunciadas por el socialista
marxista D. Julián Besteiro, que era uno de los pocos personajes que
tenían la cabeza sobre los hombros en aquellos terribles días.
Continuará.
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