sábado, 18 de octubre de 2014

Un golfete metido a historiador: Jeremy Treglown (I)


Hace tiempo que apenas leo novedades sobre la guerra civil, la república o el franquismo.

Hace tiempo que apenas leo novedades sobre la guerra civil, la república o el franquismo. La razón es que, aunque se trata de temas inagotables en detalles y aspectos, desde hace tiempo están bien aclaradas  las cuestiones básicas: los orígenes de la guerra, el carácter del Frente Popular y de las elecciones del 36, las razones de la rebelión de Franco y las causas que defendía cada bando en la contienda, las razones de que Franco ganase y triunfase siempre sobre todos sus enemigos políticos y militares o crease una sociedad nueva, apta en principio para una democracia no convulsa, etc. Todo ello está hoy básicamente claro para quien quiera enterarse, aunque ello no evita que tenga aún mucho camino que abrir para calar en la universidad y en una opinión pública deformada por una falsificación masiva. 
   
Pero hace unas semanas Miguel Platón me indicó que había hojeado en una librería un libro de un tal Jeremy Treglown en que me aludía dando una de cal y otra de arena. En fin, ayer hojeé a mi vez el libro  en cuestión, y comprobé que  el bueno de Treglown no me aludía, sino que me atacaba a fondo, o al menos lo intentaba. Así que dedicaré algún esfuerzo a aclarar las cosas a Treglown o a quien sienta interés por estas cuestiones, empezando por el ataque personal que me dedica.

  Según Treglown, mis “afirmaciones” son “tan peligrosas como faltas de inteligencia”. ¿Peligrosas para quién? Evidentemente para quienes piensan y escriben como Treglown. Pero ¿cómo pueden ser peligrosas si carecen de inteligencia? Solo puede deberse, me temo, a que la inteligencia de Treglown y compañía deben ser todavía menores. Y realmente nuestro amigo no demuestra mucha, como veremos, aunque sus tiradas también pueden ser efecto de mala comprensión lectora en español, y hasta sospecho que a veces de mala fe.  Así que veamos.
  
 Me describe el autor como “un avezado propagandista (…) Parte de su impacto se debe  al ardid bien ensayado  de presentarse como el personaje aislado que batalla contra el poder de las instituciones”. Lo único cierto ahí es que batallo contra numerosas ideas cuya falsedad he demostrado, sin que la recíproca se haya dado hasta ahora; y que la respuesta ha sido el intento aislarme, nunca del todo conseguido. Yo siempre me he ofrecido a debatir, pero la oferta ha sido rechazada casi siempre,con pretextos infantiles. Comprendo que a gran número de intelectuales que han hecho su carrera y su prestigio con versiones o enfoques que se han demostrado falsos, les cueste mucho reconocerlo, ya que ello exigiría una honestidad intelectual por desgracia harto escasa en estos medios. En cambio defienden sus posiciones  funcionariales u otras con uñas y dientes, es decir, con métodos poco honrados, procurando crear el vacío y el silencio a mi  alrededor. Cosa que en parte está a su alcance, pues predominan en la universidad y en los medios; pero tampoco en la medida  que les gustaría.  No solo Stanley Payne, también Seco Serrano, Cuenca Toribio, Ricardo de la Cierva, David Gress, Rob Stradling, Jesús Salas Larrazábal, Andrés-Gallego, Bullón de Mendoza y otros historiadores han apreciado o citado mis libros. Y aunque me han vetado en la mayoría de los medios, todavía dispongo de algunos, aunque menores, y de las redes sociales. Que tratan de aislarme es cierto; que el apoyo que recibo es escaso, también. Pero no que lo consigan del todo. Y presentar el hecho indudable como un ardid, según  toscamente supone ese autor, revela una dosis considerable de desvergüenza.
  
 Treglown afirma  que mi aislamiento no deja de ser una pose, porque  “pocos autores han puesto tanta resistencia  a las entrevistas o a tomar parte en acontecimientos  en los que los humanistas  profesionales presentan y explican sus obras nuevas”. ¿Ven como nuestro crítico cae en la golfería? La resistencia no es mía, sino de esos “humanistas profesionales” a invitarme o a entrevistarme. Y es fácil saber por qué, teniendo en cuenta que nunca han logrado rebatir ningún punto sustancial de mis obras. Por supuesto, tampoco lo hace Treglown, que en lugar de intentarlo se lanza a estos ataques personales y menos inteligentes de lo que él piensa. Dice también que mis obras no se encuentran en inglés, lo que es cierto. Porque en Inglaterra y en Usa, los ambientes universitarios están inmersos en versiones digamos progre-izquierdistas por lo que se refiere a España y más aún que aquí. Y los mandamases  intelectuales saben aplicar la censura desde su prepotencia.  La situación allí, por lo que se refiere a estas cuestiones, es todavía más totalitaria que en España, y la ausencia de traducción de algunos libros míos es precisamente una prueba de ello. Por cierto,  Los mitos de la Guerra Civil  iba a salir en francés, anunciada por la prestigiosa editorial Tallandier. Pero después del anuncio no hubo producto. Al parecer encontraron el libro demasiado  peligroso para sus sensibles lectores.  En Inglaterra se precaven todavía más eficazmente contra el  peligro que tanto preocupa a Treglown.
  
  Para este profesor, mi argumentación (se refiere a Franco, un balance histórico ), se basa en tres puntos, dos de los cuales acepta y el tercero rechaza:  “que el estalinismo fue una tiranía espantosa”;  ”que el estalinismo actuó despiadadamente en ciertos sectores del movimiento español”; y  que “ese elemento  (estalinista)  fue la causa de la guerra civil”. Lo último le parece falso, al menos en parte porque, dice, “la mayoría de los historiadores estarán en contra del indignante desprecio de  Moa por las causas sociales y económicas  del descontento contemporáneo”. Lo del desprecio lo inventa él; pero la cosa tiene mayor alcance teórico. La situación social y económica no fue en absoluto la causa de la guerra. Esa situación había sido mucho peor en España en otras épocas y no había generado guerra civil; y también era mucho peor en gran parte de Europa, sin ocasionar tales contiendas. Pues no son las condiciones sociales, sino cómo piensan y actúan en ella los políticos y  partidos influyentes,  los que pueden llevar al extremo bélico los conflictos naturales en toda sociedad.  Treglown cita de mi libro por él comentado:  “El pensamiento conservador, como el religioso, acepta  la presencia de la injusticia, la insuficiencia y el malestar  de la vida como parte de la condición humana“, implicando que el pensamiento revolucionario o “progre” no lo acepta, lo cual parece bien a Treglown.  Por eso la demagogia izquierdista siempre ha invocado esas “causas” socioeconómicas; pero la causa real de la guerra radicó en que las izquierdas  y separatistas aspiraban al poder, creían que su poder abriría el camino a una sociedad  “sin injusticia, insuficiencia y malestar”, y que estaban dispuestos a quebrantar todas las normas de convivencia llamadas “burguesas” para alcanzar su objetivo.  Por lo demás, la experiencia bien conocida –aunque parece que no para Treglown–  revela que el poder de esas izquerdas revolucionarias, si algo ha conseguido es extremar la injusticia, la insuficiencia y el malestar. En España, sus dos primeros años republicanos fueron tan desastrosos que el pueblo votó muy mayoritariamente a las derechas en 1933; y en los cinco meses previos a la guerra, el Frente Popular, con su demagogia y tiranía, hundió literalmente la economía española, además de la legalidad republicana. 

  Y yo tampoco digo que el elemento  stalinista fuera el determinante de la guerra, sino que lo fueron el elemento revolucionario (socialista, comunista y anarquista) y el elemento golpista (Azaña, Companys, etc.). Otro ejemplo de mala lectura de mis tesis: “Moa hace concesiones importantes. Por ejemplo, pese a las afirmaciones en contra de los nacionales, acepta que en España no hubo una revolución de la izquierda”. Lo que yo digo es que hubo un asalto revolucionario al poder en octubre del 34; que hubo un proceso revolucionario muy violento a partir de febrero del 36; y que hubo una revolución extremadamente sanguinaria durante la guerra civil. No me explico cómo puede haber entendido otra cosa. Y  si relaciono el terror  de los nacionales con el de las izquierdas me acusa de caer “en un ejercicio de ojo por ojo”, cuando simplemente expongo la evidencia del terror rojo, disimulado o justificado por los autores de su cuerda, y sin el cual no puede entenderse nada.  Ya que el terror rojo  empezó a ejercerse apenas llegada la república y causó cientos de víctimas antes de ser replicado por el terror de los nacionales. Sigue: “Defender casos perdidos es la especialidad de Moa. ¿Antisemitismo de los nacionales? ¿Y qué del abandono de los refugiados  judíos por los aliados?”  El hecho indiscutible es queFranco salvó a miles de judíos, y que los Aliados no hicieron gran cosa por ellos, como si no creyeran el Holocausto, del que  el Caudillo no sabía nada. Había antisemitismo en los nacionales, pero más retórico que práctico.  Continúa en la misma línea: “Dictadura? El disidente ruso Solzhenitsin dijo que a los ciudadanos soviéticos de hoy les asombrarían las libertades de que disfrutaban los españoles. (A Moa  no parece molestarle que la observación de Solzhenitsin date de 1976, es decir, después de la muerte de Franco)”. El franquismo duró por lo menos hasta junio de 1977, o si se prefiere, hasta la Constitución de 1978. Y las libertades que explicaba Solzhenitsin eran perfectamente comunes en España desde muchos años antes. Y las señalaba también Kolakowski viviendo Franco, contra la beatería “antifascista” de unos laboristas cantamañanas. Ello aparte,  y pese a lo que cree el oportunista Treglown, defender la evidencia histórica nunca es un “caso perdido”, por más que el embuste parezca tener fuerza aplastante, como ocurre hoy por hoy.
   

Seguiré con un par más de entregas, y ya se verá que el calificativo  de golfete que dedico a Treglown, que puede sonar maleducado o gratuitamente ofensivo, resulta merecido.   

Pío Moa 

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