lunes, 20 de octubre de 2014

J. Treglown (III) El turbio negocio de la “memoria histórica”, cunetas y fosas


El libro de Treglown debe de tener algunos méritos, puesto que le ha valido una dura “crítica” de Helen Graham por no encomiar lo bastante, a juicio de esta señora, el turbio negocio de la “memoria histórica” . . .

El libro de Treglown debe de tener algunos méritos, puesto que le ha valido una dura “crítica” de Helen Graham por no encomiar lo bastante, a juicio de esta señora, el turbio negocio de la “memoria histórica”, no atacar con el suficiente empeño la censura de la época que supuestamente arruinaba  la cultura española, etc.  En rigor, Graham parece no conocer de la historia reciente de España mucho más que la propaganda de quienes se siguen llamando con plena impropiedad  republicanos y simpatizantes.  Y sobre el embarrado cimiento de esa propaganda ha elevado ella una historiografía que califica  de profesional con optimismo envidiable. 

Aquellos republicanos tenían de la libertad y la democracia un concepto poco alejado del stalinismo, algo que también ocurre con una tradición de intelectuales británicos, como es sabido. Pues bien,  el enfado de doña Helen se justifica porque el señor Treglown hace algunas tímidas insinuaciones de que la “memoria histórica” está politizada; o una suave crítica implícita a los “republicanos”;  o admite que la cultura española del franquismo no fue tan insignificante como se pretende.
   
Pero en conjunto Treglown sigue casi plenamente la línea del antifranquismo más tópico. Su libro empieza con una impresionista visita al cementerio de San Rafael, en Málaga, donde yacen “más de  4.000 personas—en su mayoría hombres, pero también mujeres y niños— ejecutadas sin juicio previo  entre 1936 y 1955”. Explica también: “Los soldados de Franco eran una mezcla de duros legionarios españoles, mercenarios del norte de África, a los que en la región de Málaga se sumaron rápidamente las tropas rebeldes con base en la península y columnas motorizadas de la Italia fascista (…) Bombardearon el puerto de Málaga desde el aire, lo cañonearon desde el mar y luego lo invadieron por tierra. La cantidad de bajas de civiles que trataban de escapar horrorizó a los observadores más encallecidos”. Luego habla de la represión “hasta bien entrada la década de  1940 bajo el célebre fiscal Carlos Arias Navarro, el “carnicero de Málaga”.
   
El siguiente capítulo empieza con la relación de “quince mujeres veinteañeras cuyos  restos  –junto con los de un chico adolescente que, según se dice en el lugar (Grazalema) fue obligado a cavar la tumba–  se encontraron en 2008 (…) No tuvieron nada que ver con la política, a menos que se considere la posibilidad de que una de ellas haya estado prometida a un republicano. Cuatro estaban embarazadas. No se asegura cómo murieron: no se encontraron balas. Si hemos de creer las narraciones de otras atrocidades en la misma región, es probable que las mujeres fueran violadas, torturadas y enterradas vivvas”. Y “explica”: 

“En muchos casos el motivo principal eran las represalias: en la zona había hombres leales al gobierno republicano que llevaban a cabo una eficaz campaña de guerrillas contra las fuerzas rebeldes. Otro objetivo habitual  de capturar mujeres era utilizarlas como rehenes con la esperanza de inducir a los republicanos ocultos a rendirse (…) La ideología “nacional” era intrínsecamente brutal, estrechamente relacionada  como estaba al fascismo, fundamentada en décadas de escaramuzas imperiales en Marruecos y, antes de eso, en las nocones de limpeza étnica e ideológica que se remontaba, por vía de Insuisición, a las antiguas expulsiones de musulmanes y judíos de España”. Y así sucesivamente. En suma,  “Desde hace varios años España busca a sus desaparecidos. Están en todas partes, en todas las comunidades autónomas, en todo tipo de terrenos”.
  
 Esto es propaganda antifranquista de 24 quilates.  ¿Qué más se puede pedir? Hace falta un fanatismo extremado  para quejarse  del buen Treglown como hace doña Helen. Que, por cierto, fue nombrada para la cátedra Rey Juan Carlos I de la universidad de Nueva York por nuestras oficiosas  e incultas autoridades político-académicas, de cuyo nivel intelectual tenemos constantes pruebas.
   
Bien, vamos a analizar estas tiradas del señor Treglown. En primer lugar un historiador, o un simple periodista, tiene la obligación de valorar sus fuentes, cosa que él no hace en lo más mínimo, sea por una culpable ingenuidad o por complicidad. Si lo hubiera hecho, se habría percatado de algunos hechos esenciales:

1.       datos, pero en los primeros 12 años se exhumaron 1.328 restos, que incluyen a personas presuntamente asesinadas, otros  enterrados en combate o muertos por otras causas. No se mencionan las excavaciones infructuosas  ni los restos de inequívocos asesinados nacionales, que han sido recubiertos según testimonio de Fernando Paz

2.      No obstante la cifra, exigua para tantos años de trabajos, los excavadores pretenden que hay 100.000 o 150.000  restos por desenterrar, lo que daría para muchos decenios de tarea. Estas excavaciones están subvencionadas, lo que debe indicar algo a un historiador medianamente perspicaz. No es cierto que “España” busque a desaparecidos. Los buscan ciertos personajes poco escrupulosos, interesados en  seguir indefinidamente con el cuento.

3.      Las excavaciones han estado llenas de fraudes, algunos descubiertos y otros encubiertos. Uno de los más “fuertes” fue el del osario del barranco de Órgiva en Granada, donde habrían sido asesinados entre 3.000 y 5.000 republicanos –salían hasta testigos—y acerca del cual preparaban una gran campaña la universidad de Granada y autoridades locales, la prensa de izquierdas, redes sociales y el diario El País. El montaje se derrumbó cuando los forenses dictaminaron que los huesos eran de perros y cabras (Ver http://blogs.libertaddigital.com/presente-y-pasado/la-tecnica-del-odio-1451/6.html).  Está por hacer una investigación a fondo sobre este infame negocio, aunque las cifras  y el carácter de las represiones están bien aclaradas desde  los estudios de R. Salas Larrazábal hasta los de A. D. Martín Rubio, pasando por los míos y otros. Sin conocerlos, no es posible escribir con alguna solvencia sobre estos asuntos. Un historiador medianamente serio se habría preocupado de conocer los estudios y versiones contrarias a las de estas campañas, cosa que nuestro profesor no hace en absoluto. De haberlo hecho no caería en tales trampas, a no ser que deseara  colaborar con ellas.

4.      Otro aspecto del fraude está relacionado con las subvenciones oficiales  e indemnizaciones sustanciosas a quienes se proclamen víctimas o familiares de víctimas. Es fácil entender que esas recompensas estimularán muchos “recuerdos”, a menudo de difícil comprobación, ayudados por la multitud de bulos y rumores que crean la propaganda o el simple chismorreo.

5.      Un historiador competente se percataría enseguida de que todo ese negocio tiene que ver con una “ley de memoria histórica” propia de un régimen totalitario, pero no de una democracia, por cuanto en ninguna de estas se impone por ley una versión de la historia. Quien fuera a investigar en Cuba y se contentara con los datos ofrecidos por el gobierno, se desacreditaría de inmediato. Pero en España están sucediendo cosas semejantes y casi nadie se escandaliza.

6.      Un historiador medianamente serio sabría que nadie fue asesinado simplemente por ser republicano, sino que aquellos republicanos eran en su gran mayoría extremistas que destruyeron la legalidad de la II República y  perpetraron innumerables crímenes y atrocidades sádicas –en Málaga, desde luego, y en numerosos lugares más –. Y que fueron ellos los que empezaron con el terror y los asesinatos bastante antes de la guerra, en plena república.  

7.      Un investigador de alguna solvencia se daría cuenta del revelador fraude de la “memoria” histórica con solo el calificativo de “víctimas” que se da a todos. En aquellas circunstancias es obvio que caerían algunos inocentes. Pero es también evidente que cayeron muchos más culpables, chekistas, etc.  Al igualar a todos como “víctimas”, la ley de memoria histórica se desenmascara como una ley auténticamente chekista: ensalza a los asesinos al nivel de los inocentes y rebaja a estos al nivel de los asesinos.

8.        En fin, por lo que respecta a Málaga, los terribles bombardeos de que habla, y todos los demás, fueron absolutamente insignificantes comparados con los de los ingleses y useños sobre la población civil alemana (mujeres, niños y ancianos sobre todo, pues los hombres jóvenes estaban movilizados). Pero parece que estos no acaban de “horrorizar a los observadores más encallecidos”. Por cierto, lo de “carnicerito de Málaga” lo inventó un periodista algo golfo “antifranquista” retrospectivo. Arias Navarro fue fiscal en Málaga antes y después de la guerra, y uno de varios, sin que haya pruebas de haber sido especialmente duro.
  
 Salta a la vista que escribir la historia como hacen Treglown o Graham conduce a una mezcla de chifladura y de disparate, no por ello menos dañinos. No me alargo más sobre esta cuestión. Me había propuesto no dedicar al libro de Treglown  más de tres artículos, pero le dedicaré otro más

Pío Moa


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