No nos estamos refiriendo aquí a los infieles religiosos, no, sino a otro tipo de infieles que, por mor de los predicadores políticos, que emplean la más pura logomaquia y la más pura demagogia, con la angurria de captar votos, están dispuestos a creer.
No importa que los líderes políticos tengan mala imagen y que se diga aquello de que “todos son iguales”. El infiel está siempre esperando que le digan lo que espera que le cuenten. Aquí está el quid de la cuestión: el predicador, el orador, sabe lo que el rebaño quiere y se lo dice, aunque después haga todo lo contrario. El pueblo soberano no escarmentará nunca. La estulticia y la ignorancia siguen campando por sus respetos. Y como prueba de ello, ahí tienen un pueblo que prefiere la telebasura a la lectura.
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