jueves, 28 de octubre de 2021

Personajes históricos. Charles A. Lindbergh


 Con esta primera entrega, comenzamos narrando, de una manera somera,  la vida de unos personajes que, por diversas razones, destacaron o  influyeron en la Historia de la humanidad.  Muchos de ellos, por distintos motivos, o bien han sido borrados de dicha Historia, o bien se ha mentido o tergiversado su historia o sus obras.

Y empezamos por Charles A. Lindbergh que, como sabrán, fue la primera persona  solitaria que realizó el vuelo Nueva York – París en treinta y tres horas y media, recorriendo una distancia de casi 6.000 kms.

El aparato de Lindbergh no era un confortable avión provisto de calefacción, luces, radio, piloto automático, descongeladores, varios motores,  etc. Era simplemente un monoplano con alas de madera y de tela y con un solo motor de 220 HP.

En 1.919, Raymond Orteig, que era un potente industrial norteamericano de la hostelería, ofreció un premio de 25.000 $ a quien volase sin escala entre Nueva York y París.

La noticia traspasó las fronteras y varios pilotos a ambos lados del Atlántico estaban dispuestos a conquistar tan suculento premio, empezando a trabajar en sus respectivos proyectos. El único que llegó a buen fin fue precisamente el de Charles A. Lindbergh, quien empezó a construir el aparato el 28 de febrero de 1.927, terminando el 12 de mayo de ese mismo año. El aparato se llamaba Spirit of St. Louis. Una semana más tarde, el 20 de mayo, Lindbergh puso en marcha los motores y tres minutos más tarde despegaba del aeródromo Roosevelt  de Long Island, Nueva York, rumbo a parís.

La primera dificultad que tenía que vencer, se presentaba precisamente en el despegue, circunstancia esta que había eliminado a otros participantes, como fueron los casos de Wooster y Davis, que terminaron pasto de las llamas. La dificultad estribaba en que ningún motor de aquellas características y caballaje, había podido levantar  tan pesada carga. Lindbergh lo consiguió.

Hasta las 19 horas no se tuvieron noticias del vuelo. Se informó desde Terranova que el aparato llevaba la ruta correcta. Posteriormente se enfrentó a una terrible tormenta que le hizo temer por su vida. Para evitarla, tuvo que volar en zig-zag durante mucho tiempo, girando tan pronto en dirección norte como en dirección sur, lo que hacía que la gasolina se gastase indebidamente.

Transcurridas 18 horas desde su despegue de Nueva York, y a medio camino, la cosa cambió por completo: había salido el sol y la temperatura se había elevado. Como es de suponer, tenía que vencer el sueño. Y lo hizo pateando el suelo, sacudiendo la cabeza y dándose bofetadas en la cara.

Cuando ya llevaba 28 horas de vuelo, según los cálculos, tendría que divisar pronto tierra. Y así fue.  Estaba volando sobre Irlanda e Inglaterra. Y por fin divisó la Torre Eiffel, aunque de repente se levantaron unas nubes que le hicieron volar a ciegas durante dos interminables horas, aterrizando posteriormente en el aeródromo de Le Bourget: 6.000 kilómetros y 33 horas y media, casi día y medio de vuelo, le contemplaban.

Cuando aterrizó, había en Le Bourget 100.000 personas esperándole y victoreándole.

Inmediatamente, y por cable, se dio a conocer al mundo la hazaña. La vida en EE.UU. prácticamente quedó paralizada.

Al regresar a su patria, ni qué decir tiene que le llovieron todo tipo de contratos para anuncios y demás. Incluso el cine  le tentó con alguna oferta. Las cantidades eran astronómicas. Lo rehusó todo, a no ser los 25.000 dólares que había ofrecido Orteig. No buscaba el lucro personal, sino el progreso de la aviación. Y lo consiguió, ya que aumentó el vuelo de pasajeros, así como el correo aéreo, a la vez que la gente perdía el miedo al avión.

Como habrán observado, aparte de la hazaña, Lindbergh (1902-1974), que a la sazón tenía sólo 25 años, demostró una dignidad y una integridad moral poco común.

En la próxima entrega, hablaremos de Alfred Nobel.



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