Parece que en pleno siglo XXI
aún hay mentes que, con unos principios totalitarios estabulados en sus
cerebros, o microcerebros, quieren que vuelva la confrontación, choque o
enfrentamiento entre dos ideas o conceptos tan importantes como revolución y
democracia. Porque, según vemos casi todos los días, por no decir todos, el
radicalismo preside las actuaciones de los votados, que no elegidos, en el
albero político, que está llevando a la sociedad a una tensión nada recomendable.
Lo que tenían que hacer estos
políticos, si es que se les puede llamar así, es luchar por el entendimiento
para ponerse de acuerdo en los temas más acuciantes y problemáticos. Pero no,
prefieren intoxicar con otros temas que tenían que estar olvidados, temas con
los que está desafiando a la verdadera libertad y a la verdadera democracia.
No hace falta pensar mucho
para darse cuenta de que la democracia está basada en dos premisas: pluralidad
de partidos y proceso electoral, aunque para esto último habría que cambiar
muchas cosas. En una palabra: en democracia, teóricamente, se acepta al
adversario y se admiten y respetan unas reglas de juego. Lo que en realidad
sucede es todo lo contrario: no se acepta y se admite lo de los “otros” por el
mero hecho de pensar de distinta forma, con lo que la violencia está servida.
¿Partidos violentos de hoy?
Pues los de siempre: el podemista-comunista que sigue diciendo que encarna al
proletariado; los partidos nacionalistas de todo estilo y jaez, que tienen el
denominador común de ser los depositarios del espíritu del pueblo en cualquier
terruño, según vocean a bombo y platillo; y, ¡cómo no!, el partido socialista,
que se auto erige por arte de birli birloque, en el portavoz de la ciudadanía, de la calle, de la
“opinión publicada”, que no pública, de las mayorías, de la “voluntad general”
y otras lindezas, pero que se niega a hablar o discutir de todo aquello que
considera innegociable, a la vez que tiene un ansia de poder ilimitado que le
traiciona.
Con todo esto se pretende
crear un descontento general, exacerbando los ánimos a más no poder, a la par
que se crea un “lenguaje político” al alcance de cualquier truchimán, lenguaje
político con los adjetivos pertinentes que se descargan sobre el “enemigo” (nunca
opositor o adversario político) para su descalificación y exterminio.
Y luego viene el “debate”
para aparentar que hay una democracia, cuando en realidad lo que se está
fomentando son otras cosas que nada
tienen que ver con ella. Ustedes ya me entienden.
Y para terminar, las
actuaciones de los “debateros” nada tiene que ver con lo que exponen y dicen
posteriormente en los mítines. Son así de cínicos.
En el debate del “bate”, así
como en los “mas media”, hemos visto y oído todo lo habido y por haber, menos
tratar de solucionar los grandes problemas que nos acucian en estos momentos.
Con ensuciar, enlodar, embarrar y enfangar el campo de juego para denigrar y
mancillar a los contrincantes y opositores, algunos de la mentada casta
política ya tienen bastante. Y por si fuera poco, cacarean y cacarean prometiendo
objetivos y resolver asuntos que no están en sus manos, y que no son de su
incumbencia.
Sobre el asunto del tipo ese
de Quim Torra, no merece la pena perder el tiempo comentando nada. Solamente decir
que será la Justicia la que tendrá que decidir sobre el tema, y no la política,
como berreó ya sabemos quién.
Pero, en fin, oiga, la
demagogia, la logomaquia y el populismo seguirán campando por sus respetos “dentro
de los muros de la Patria mía”.
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