lunes, 18 de marzo de 2019

Pánico, rencor, farsa y miseria, bases del comunismo ( V )



Como decíamos en el artículo anterior, en éste vamos a hablar de otro terrorista intelectual: Willi Münzenberg, que fue, junto con otros, el principal responsable de la Internacional Comunista que era, en el fondo, una enorme correa de transmisión de la propaganda marxista que, como ya es sabido, anestesió a media Europa.

Este sujeto ya conocía al temible Lenin antes de 1.917, cuando tuvo lugar la revolución bolchevique. Una vez en el poder, Lenin formó un trío demoníaco: el citado Münzenberg, Dzerzhinsky, creador de la Cheka, que era un apéndice o instrumento de terror, y Radek, un “intelectual” de Polonia cuya misión era exponer “científicamente” las ideas marxistas.

El objetivo de la Internacional Comunista, o Kommintern, no era otro que el de inyectar en el mundo occidental, y más concretamente en Europa, la idea de que las personas que rechazasen el sistema comunista eran fascistas, reaccionarias, fanáticas, retrógadas y demás monsergas de costumbre que aún hoy día siguen estabuladas en la mente de muchas personas.

Por el contrario, y como es lógico, las personas partidarias de dicho sistema, eran “avanzadas”, inteligentes, partidarias del “porvenir radiante de la Humanidad” y, por supuesto, eran “intelectuales”.

Para esta tarea de contaminación propagandística del mundo occidental, Münzenberg y sus acólitos contaron con la inestimable colaboración de los “tontos útiles”, (Lenin dixit) que eran, como todo el mundo sabe, aquellas personas, ya fueran artistas, escritores, directores de cine, periodistas, etc, que exaltaban los logros del sistema comunista en educación, salud, agricultura, industria, etc, así como también ensalzaban la nueva sociedad que se estaba construyendo en la URSS y demás "bondades". Ejemplos de estos tontos útiles podríamos citar a Jean Paul Sartre, a Bertold Brecht, a Hemingway, a Saramago, y a un larguísimo etc., que incluye a filosofillos de medio pelo, pedantes infumables ellos.

Especial mención merecen John Reed y Lincoln Steffens. El primero con su obra “Diez días que estremecieron al mundo”, dio muestras de esa idiotez útil, pues en vez de narrar las matanzas perpetradas por los bolcheviques en aquellos días terribles de la revolución marxista, tomó partido por esto, en lugar de levantar acta de lo que estaba viendo.

El caso del otro, Lincoln Steffens, quizá sea de más tontura. Hombre acaudalado y de lujosa juventud y mansión, declaró al regresar de la URSS: “He visto el futuro y funciona”. Sin comentarios.

Esta propaganda transmitida por la Kommintern, difundía a través de prensa, radios, editoriales e incluso películas, todos los tópicos típicos del marxismo: el odio sempiterno a los EE.UU., a la religión, al mercado libre, a la familia, a la moralidad, al patriotismo y demás monsergas de la vulgata marxista-leninista de intoxicación.

En el próximo y último artículo veremos le nefasto balance que ha dejado este terrorismo cultural marxista

Continuará.



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