Como decíamos en nuestro
anterior artículo, en éste, y en los sucesivos, veremos un poco la historia de
la URSS y de sus fámulos que, según un pedante marxista gramsciano infumable,
respondiendo a nuestro artículo “El
comunismo genera hambre”, decía que la “la
historia soviética, a pesar de tantos libros publicados, es insuficientemente
conocida en Occidente”. Seguro que este sujeto no leyó los libros que
se publicaron después de la apertura parcial de los archivos de la KGB
soviética, algunos de los cuales están comentados en este blog.
Si sólo se leen los libros de “Ruedo Ibérico”, de Carlos Marx, de Lenin, de Rosa Luxemburgo, de Carlos Marigella, de Antoio Gramsci y la Enciclopedia Soviética, es comprensible que se diga semejante majadería. Si el pedante marxista al que aludíamos más arriba, hubiese leído “Mis veintiséis prisiones y mi evasión de Solovki” , de Youri Bezsonov, capitán de Caballería de la llamada “División Salvaje”; “Sinfonía en rojo mayor” del médico de la NKVD José Landowsky; “Los caminos de la libertad” , del premio Nobel Bertrand Russel; “Cartas a Stalin” , de M. Bulgákov y E. Zamiatin; “La vida soviética” , de G. Froment-Meurice; “La tentación totalitaria” , de Jean-François Revel; “La gran mascarada”, también de Revel; “El terror bajo Lenin” , de Jacques Baynac; “Después de la caída” , de Robin Blackburn; “La ceguera voluntaria” de Jelen Christan; “Máscaras: el comunismo entre bastidores” , de Juan Carrascal; “Unión Soviética, de la utopía al desastre” , de Vladimir Boukovski; “La corrupción en la Unión Soviética” , de Ilia Zemtsov; “KGB. Leales camaradas, asesinos implacables”, de Slava Katamidze; “Koba el Temible”, de Martin Amis; “La inevitable derrota del comunismo”, de James Burnham; “El libro negro del comunismo”, de Stephane Courtois; “Rusia inacabada”, de Hélène Carrère D'encausse, y varios más que tenemos comentados en este blog, seguro que no hubiese dicho la majadería de marras, aunque sospechamos que su fanatismo y ceguera no le harían retractarse de nada.
Aparte de lo mencionado,
también hay que tener en cuenta los escritos y obras de Koestler, Pasternak,
Solzenhistin, Ettore Vanini, Czeslaw Milosz (Premio Nobel de Literatura 1980),
S. Melgunov, J. Bjzzinski, Yuri Kariakin, Carlos Semprún, K. Bartosek, P.
Sudoplatov, B. Souvarin, Francisco Félix Montiel, Enrique Castro Delgado, André
Frossard, F. Furet, André Gide, D. Hyde, W. Krivitsky, S. Koch, Alexander
Nokolsky, alias “Orlov” (jefe de la KGB en España que se refugió en EE.UU., en
donde publicó una serie de artículos muy interesantes), Tatiana Goritcheva,
Irina Osipova, Jesús Hernández etc, etc, etc, todos ellos desencantados del
comunismo, o muy críticos con él, con excepción de Pavel Sudoplatov que en su
obra “Misiones especiales” se jacta
de sus hazañas criminales. Y no digamos nada si este tipo siguiese en sus trece
si hubiese leído “Rusia inacabada”, libro que comentaremos próximamente.
También decía este pedante que “nosotros
los rojos, somos internacionalistas”, a la vez que citaba que “a patriota no me gana nadie”. Sin
comentarios.
Bien, dicho todo lo anterior, vayamos al grano. El internacionalismo proletario
con su U.H.P., quedó demostrado que era una fábula cuando empezó la Gran
Guerra, ya que los fanáticos marxistas, con sus análisis químicos y su
pedantería y prepotencia, pensaron que esa circunstancia bélica sería la
definitiva para que la revolución y postulados marxistas triunfaran en Europa.
Nada más lejos.
Según la doctrina y dogma marxistas, el proletariado, o clase trabajadora,
tenía que estar a partir un piñón ante dicha situación bélica, pues tenían que
negarse a participar en dicha contienda para no luchar contra sus hermanos de
clase. Había que aprovechar esa situación de guerra para la agitación y
precipitar la caída del capitalismo, empleando cualquier método.
Sin embargo, este mandato marxista sucumbió totalmente porque todo el mundo,
desde socialistas y anarquistas, hasta los sindicalistas, lucharon a brazo
partido para defender sus respectivos países y no sus interese de clase, sin
importarles lo más mínimo quién los dirigiese. Ni que decir tiene que a los
“pensadores químicos” marxistas les entró un ataque de catatonia ante este
patriotismo tan lejos del internacionalismo proletario.
Una vez más, el “cientificismo” marxista quedó en ridículo pues, como ya
dijimos, su previsión del derrumbe del capitalismo, ante la situación de
enfrentamiento de aquellos años en Europa, se vino al traste.
Como la imposición del marxismo por vía de la violencia fue un fracaso, se
cambió la táctica: en vez de usar dicha violencia, lo que se intentó fue
cambiar y modificar a las personas para crear “el hombre nuevo”, el “homo
kommunistus", que iba a construir “el porvenir radiante dela Humanidad”.
Dicho cambio consistía en dominar y controlar la “superetructura”, es decir,
los “mass-media”, la cultura, el cine, la enseñanza, etc, etc.
Y aquí es donde surgieron los Gramsci, Münzenberg, Lukacs y alguno
más, que no dejaron de ser unos terroristas intelectuales.
Este nuevo “homo kommunismus” intelectual, del que aún queda por ahí algún
residuo, se caracteriza por su fanatismo y cerrazón: las ideas están por encima
de la realidad, y las consignas están también por encima de los hechos. Es de
un absolutismo insultante, y jamás duda. Ese absolutismo le lleva a decir y
pensar que nada es relativo, salvo las ideas del que no piensa como él. En el
momento que se le presenta alguna oposición a sus razonamientos o creencias, se
pone catatónico porque no tiene argumentos e intenta imponer “su razón”, como
hacía D. Quijote cuando imponía la suya, la de un loco, diciendo que eran gigantes en vez de
molinos. Sancho estaba en posesión de la verdad al decir que eran molinos.
Continuará.


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