Y terminamos con estas entregas.
En la obra “Los documentos de la primavera trágica”, de Ricardo de la Cierva, editado por Sección de Estudios sobre la guerra de España, 1.967, se lee en la página 349:
“La propia Dolores Ibarruri visitó Asturias para aquellos fines, en unión de Isabel de Albacete y Alicia García, que pertenecían a partidos republicanos, pero individualmente estaban adscritas a la referida entidad femenina. Hicieron el traslado de unos ciento cincuenta niños, los cuales, en Madrid, fueron objeto de una explotación propagandística inicua. En diversas funciones realizadas en teatros, si se había preparado la tutela para alguna de aquellas criaturas, era subida al escenario, donde un miembro del Comité Pro Infancia Obrera hacía su presentación y contaba la historia del niño y su padre. Era una apología completa de la revolución astur y la continuación de la campaña sobre la represión”.
Abundado en esto, en la página 360 dice La Pasionaria:
“Con Juanita Corzo llevamos a Madrid cerca de doscientos niños. El clima político de la capital de España estaba al rojo vivo, y millares de personas fueron a la estación del Norte a recibir a los niños de los mineros de Asturias, mostrando en su cariño a los hijos de los combatientes de 1.934 el respeto y la admiración del pueblo hacia aquéllos”.
Sin embargo, esta individua no dice nada del trato que se daba a los niños en la URSS de su amado Stalin. El que fuera capitán del Ejército Rojo y agregado en la embajada soviética en Washington, Víctor Kravchenko, escribió un libro intitulado “Yo escogí la libertad” ( I ), editorial NOS, 1947, 495 páginas, libro en el que se narra y se denuncia todo el terror y toda la barbarie del sistema comunista. Por escribir esta obra desde Occidente, fue vilmente asesinado por los servicios secretos de Stalin.
Con la garantía de haber vivido en primera persona la vida soviética, Kravchenko nos describe la realidad comunista: las hambrunas, las arbitrariedades, las mentiras sistemáticas y constantes, la represión, las torturas, los campos de concentración, el envilecimiento moral y un largo etc., que retrata la realidad de este sistema abominable.
En las páginas 414 y 415, Kravchenko nos habla sobre la crueldad del trabajo infantil en la URSS. Sobre este tema nunca nadie ha comentado nada:
“La magnitud del trabajo infantil en Rusia ha quedado enteramente desconocida, no sé por qué razón, del mundo exterior. Incluso dentro de nuestras fronteras estaba rodeado por un profundo secreto y desfigurado, desde luego, por lemas hipócritas. La esencia del sistema, desnuda de camouflage verbal, es la violencia. Se arrancaban de los brazos de los padres a millones de niños, contra su voluntad o la de aquéllos, que eran destinados a las industrias sobre una base de «movilización», sin consultar sus preferencias. Sería erróneo creer que su origen se debe a la guerra, ya que data del año 1940, y, como es evidente, según las noticias, se ha intensificado su desarrollo desde la terminación del conflicto. El primer decreto para la movilización infantil se publicó en octubre de 1940. Establecía el inmediato alistamiento de 800.000 a 1.000.000 de niños de la ciudad y del campo, desde los catorce a los diecisiete años, para recibir instrucción industrial. Además de la movilización forzosa se permitía el alistamiento voluntario. Se dijo que los muchachos de catorce y quince años irían, en su mayoría, a ocupar empleos calificados después de dos años de aprendizaje. Seis meses era el término para trabajos menos calificados, para los cuales estaban destinados los niños de dieciséis y diecisiete años.
Una vez completados aquellos aprendizajes, según el decreto, se destinaría a los muchachos a las instalaciones, minas, obras de construcción y otras empresas, a discreción de la Administración de Reservas de Trabajo, durante le un período de cuatro años. Aunque rodeado por hermosos lemas, el procedimiento equivalía a un reclutamiento de trabajo infantil. Como ya he dicho, se arrancó a los niños de los brazos de sus padres; y «por su propio deseo» desde luego.
En 1943 los contingentes de trabajadores infantiles ascendían, a dos millones al año. Las crueles escenas de separación, con el forcejeo y sollozos de los niños y los lamentos y gritos de sus parientes, se hicieron cada vez más familiares en la tierra martirizada. Se vestía a los reclutas con uniformes, se les alojaba en barracas del Gobierno y se les sometía a una rígida disciplina y a un régimen virtualmente militar. Su tiempo estaba dividido por el trabajo, el estudio y la instrucción física, de acuerdo con las normas calculadas para convertirlos no meramente en servidores obedientes, sino en fanáticos del super-Estado soviético. La doctrina política era, como es natural, la consideración más importante en su adiestramiento.
Incluso antes de la guerra, cuando yo trabajaba en la instalación del Glavtrubostal en Moscú, vi en varias fábricas grandes grupos de aquellos obreros forzados infantiles. Pude enterarme de todo el sistema a que se los sometía. Una diana de tambores y cornetas despertaba a los jóvenes reclutas a las cinco y media de la mañana para realizar ejercicios militares. Después desayunaban, y a las siete se instalaban en sus bancos de trabajo. Tanto los muchachos como las niñas, de acuerdo con los principios espartanos, que prevalecían en su educación, eran como robots del Estado.
A este régimen se añadía una pincelada de ironía colocando al jefe de los Sindicatos obreros pan-soviéticos, Nikolai Snvehnik, miembro del Po-litburó, en el mando político de la empresa. El jefe de la Administración de Reserva de Trabajo, que estaba encargado de instruir a los jóvenes obreros y los destinaba a varias partes del país, según las necesidades del Estado, era Maskatov, uno de los secretarios de Shvernik.
Por cinco veces en el curso de la guerra el Gobierno decretó nuevas movilizaciones, elevando el número de aquellos niños y niñas uniformados a nueve millones. Además, centenares de muchachos, algunos de doce y trece años, fueron internados en escuelas militares nuevamente establecidas para ser instruidos como oficiales de carrera para el Ejército, de la misma manera que se moldeaba a otros para carreras proletarias.
Los cadetes militares eran en gran parte voluntarios; pero se recurría a verdaderas hordas de huérfanos de guerra, en parte arrancados de los hogares infantiles y en parte formados por bezprizorni o niños sin hogar, para, llenar las plazas. Por otra parte, los padres incapaces de mantener a sus, hijos se veían tentados a enviarles a las escuelas militares: un alistamiento de por vida”.
( I ).- Este libro lo tenemos comentado con fechas 15, 17, 19 y 21 de febrero de este año.
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