sábado, 2 de enero de 2016

Historia de la Literatura Española ( L I I I )


Como decíamos en la anterior entrega, en ésta veremos algo sobre el segundo período literario de Góngora, así como también algo sobre Francisco de Quevedo y Villegas.


El segundo período de Góngora se caracteriza, entre otras cosas, por el uso de palabras latinas, tales como venusto, caliginoso, ebúrneo, etc, etc, además de usar y de abusar del hipérbaton, de la metáfora  y del hipérbole.

En este período escribió dos obras que se pueden considerar como las peores: “Las Soledades” y “Polifemo”, obras de carácter épico y saciadas de mucho culteranismo.

Como no podía ser de otra manera, Góngora tuvo simpatizantes y detractores.

Francisco de Quevedo y Villegas (1580-1645) fue un escritor dotado de gran talento, además de tener una gran afición al estudio. Como es sabido, escribió sobre todos los temas literarios: desde la didáctica, pasando por la teología y la metafísica, hasta la novela picaresca y la jácara de los gitanos, lo que le valió que la gente le atribuyese dichos ingeniosos y chistes que aún perduran hoy día.

Sus composiciones líricas suelen ser cortas, siendo las más destacadas las satíricas y las jocosas. 

El estilo de este gran literato es de una gran agudeza, destacando las sentencias lujosamente adornadas. También usa palabras que tienen varios sentidos, casi siempre con alusión a algo o a alguien. Aunque empleaba palabras cultas y nobles, esto no era óbice, ni valladar, ni cortapisa, para que de vez en cuando soltase alguna bajeza y cosas soeces.

Entre sus obras épicas destacan “La historia de la vida del Buscón”, también conocida como “El Gran Tacaño”, y una obra un tanto extraña intitulada “Suenos”.

La primera obra es una novela picaresca que narra las aventuras y desventuras de un desheredado que, junto a un escolar, se incorporan a una banda de ladrones que terminarán emigrando a América.

En la segunda obra, “Sueños”,  se ven una serie de humaradas fantásticas llenas de un gran sarcasmo, así como de una gran ironía y de una gran sátira. Os transcribo el pequeño poema “El avariento”, que seguro conoceréis:

“En aqueste enterramiento 
Humilde, pobre y mezquino, 
Yace envuelto en oro fino 
Un hombre rico avariento. 

Murió con cien mil dolores 
Sin poderlo remediar, 
Tan sólo por no gastar 
Ni aun gasta malos humores”.

Ya saben: el más rico del cementerio.

En la próxima entrega veremos someramente las protestas  de algunos literatos por el mal gusto de culteranos,  conceptistas y prosistas, que amenazaban invadir toda la literatura española.


Continuará.



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