“¿Acaso pretenden los maestros que se
conozcan y retengan sus pensamientos, y no las disciplinas que piensan enseñar
cuando hablan?
Porque ¿quién hay tan neciamente curioso
que envíe a su hijo a la escuela para que aprenda qué piensa el maestro? Mas
una vez que los maestros han explicado la disciplina que profesan enseñar, las
leyes de la virtud y la sabiduría, entonces los discípulos consideran consigo
mismo si han dicho cosas verdaderas, examinando, según sus fuerzas, aquella
verdad interior. Entonces es cuando aprenden: y cuando han reconocido
interiormente la verdad de la lección, alaban a sus maestros, ignorando que
elogian a hombres doctrinarios más bien que a doctores, si, con todo, ellos
mismos saben lo que dicen. Mas engañan los hombres en llamar maestros a los que
no lo son, porque, la mayoría de las veces, no media ningún intervalo entre el
tiempo de la locución y el tiempo del conocimiento; y porque, advertidos por la
palabra del profesor, aprenden pronto interiormente, piensan haber sido
instruidos por la palabra exterior del que enseña”.
(San Agustín. “Sobre el maestro”, X I V
) ( I )
( I ).- “Convivencia
humana”, autor Eugenio Frutos, Ediciones Doncel, 1962, página 148.
Continuará.


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