Como sabrán, en los meses de
julio y agosto de 1903, y durante el II Congreso del Partido Obrero
Socialdemócrata Ruso, celebrado en Bruselas y en Londres, nace el leninismo
que, junto al nazismo, fueron los dos engendros netamente diabólicos que parió
Europa.
En este II Congreso tuvo
lugar la separación entre bolcheviques y mencheviques, dando lugar a la
controversia entre las libertades democráticas y el interés del partido. Lenin
defendió “la subordinación de todos los principios democráticos a los
intereses del Partido”.
Pero lo que verdaderamente
separó a bolcheviques y mencheviques fue la discusión sobre el principio de
autoridad y cómo se reglamentaría el ser “miembro del partido”. Para Lenin los
miembros del partido tenían que entregarse de forma ciega a las directrices del
mismo: tenían que ser “activistas, obedientes, mentalizados y disciplinados”.
Es decir: el pueblo estaría sometido al arbitrio de una minoría.
En oposición a Lenin, Y.
Martov defendía que para ser miembro del partido bastaría que la persona fuese
simpatizante de las ideas del mismo, y que las bases fuesen las que controlasen
el partido e impedir que los jefes impusiesen sus directrices.
Al leninismo, o mejor dicho
al marxismo-leninismo, se le presentó con un envoltorio filosófico-científico.
Es decir: un sistema filosófico que decía demostrar “científicamente” que el
odio, el terror, la mentira, la calumnia, etc, eran “aspectos temporales”
que justificaban la consecución final del “porvenir radiante de la
Humanidad”, del “hombre nuevo”, de la Verdad, del Bien, del “paraíso
de los trabajadores” con lo que la Historia se terminaba. Marx decía que la
Historia sólo se movía por la lucha de
clases. Lenin remachaba diciendo que “la moral proletaria está determinada
por las exigencias de la lucha de clases”.
Lo de la consecución del
“hombre nuevo”, fue uno de los mitos más grandes de toda la Historia humana. El
propio Antonio Gramsci, hizo un diagnóstico muy pesimista al analizar la
realidad social de la Unión Soviética y sus satélites: tal “hombre nuevo” no
acababa de surgir en los regímenes comunistas, ya que los “valores burgueses
del cristianismo” seguían anclados en las personas. Ahí era donde había que
actuar desarraigando los citados valores. Una vez conseguido esto, el poder “caería
en el regazo marxista como fruta madura”, decía Gramsci.
¿Será el “hombre nuevo” el de
la China comunista? Decimos esto porque en julio del año 2003, con motivo de
una visita del Real Madrid, este país quedó paralizado, provocando “hasta
paros laborales y retenciones de tráfico” ( Periódico “La Nueva España”, de
fecha 26-07-03).
Se comprende que los
marxistas, y sobre todo los “paleomarxistas”, estén deprimidos, decepcionados y
disgustados. No obstante, y de vez en cuando, para desentumecerse, atacan ¡como
no! a Estados Unidos y a la religión, exudando su amargura en artículos que
parecen auténticos discos rayados.
Como fácilmente se puede
demostrar con palabras y hechos (en la Guerra Civil Española y en la Revolución de Asturias del
34, por ejemplo), el marxismo-leninismo tiene una especial animadversión por la
religión, en especial la cristiana. Sin embargo, curiosamente, en muchos
aspectos se comporta como tal. Tiene un redentor: Carlos Marx. Tiene apóstoles
y evangelistas: Lenin, Stalin, Mao, Pol Pot, A. Kollontai, Carlos Marighella,
Antonio Gramsci, Rosa Luxemburgo, etc. También tiene gente que, como Saulo, se
han arrepentido: tal sería el caso del exmarxista francés André Frossard, entre
otros muchos.
Tiene ¡cómo no! el Bien, que es el comunismo; el Mal,
todo lo que se oponga a él; el Dogma, los postulados de Marx y Lenin; la
Liturgia, las falsas elecciones en las que ya se sabe de antemano qué
partido va a ganarlas; y la Curia, el parlamento “nomenklaturizado”.
Además, el marxismo-leninismo tiene una cosa muy chocante: el unanimismo. Decía
el periodista americano Walter Lippmann que cuando todos piensan igual es que
ninguno piensa mucho. También decía un filósofo, no recordamos su nombre, que
un individuo puede equivocarse, la muchedumbre siempre.
En fin, el comunismo ya sabemos cómo terminó. Decía
Jean-François Revel: “Es un deshonor para Occidente que el Muro fuera a fin
de cuentas derribado por las poblaciones sojuzgadas por el comunismo en 1.989 y
no por las democracias en 1.961, como hubiera sido tan fácil que ocurriera”.
(Libro “La gran mascarada”, página 31, comentado en este blog con fechas
1, 4 y 6 de febrero de 2017).
A pesar de que sus carencias fueron magnificadas por el
dogmatismo ideológico, el comunismo ha sucumbido ante un vendaval que ha puesto
en evidencia, con todo dramatismo, que su modelo económico y su dirigismo
colectivista son inviables.
Y terminamos con una frase del monstruoso Lenin, que
para un pedante marxista infumable había sido “el personaje más importante
del siglo XX”, y para Pablo Iglesias Turrión era “un genio”:
“Todo concepto de Dios es una
indecible indignidad, un despreciable autovómito”, libro “Memorias del cardenal
Mindszenty”, página 33.
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