Como recordarán, en nuestros artículos intitulados “La
grandeza de nuestro idioma”, insertamos palabras que, al trastocar o suprimir
alguna letra de ellas, cambian totalmente del sentido, como se puede ver en el título.
Ya saben, como ya hemos escrito varias veces, que
“España es diferente”. Y lo es porque, entre otras cosas, la desidia, la apatía
y la dejadez no solo han hecho acto de presencia en la vida cotidiana de los
españoles, sino que se han instalado con éxito, como inquilinos permanentes de
una sociedad que ya no parece escandalizarse por nada.
Por otra parte, la rutina del abandono se ha vuelto
norma, y el esfuerzo, excepción. No hay remisión posible, porque nadie parece
querer sanar. No hay perdón, porque ni siquiera hay conciencia de culpa. Y, por
tanto, no hay absolución: solo la persistencia de un mal silencioso, cómodo y
devastador.
Esto, amén de otras cosas, no se trata de un fenómeno
pasajero, sino de una enfermedad crónica que avanza sin freno. La hipóstasis
moderna del ciudadano español ya no son la fe, la esperanza y la caridad, sino
la desidia, la apatía y dejadez. Se han instalado sin pagar alquiler,
cómodamente sentadas en el sofá de nuestra voluntad colectiva. ¿Remisión? Ni
hablar, eso cansa. ¿Perdón? ¿Y por qué, si nadie ha hecho nada? ¿Absolución?
Solo si viene sin esfuerzo.
En fin, gracias a la “regeneración democrática”,
a la “maquinaria del fango” y a que “vamos viento en popa a toda
vela”, la desidia se ha hecho rutina, la apatía se ha hecho virtud y la
dejadez, cultura, o “kurtura”. Esto sí que es un Estado de desecho.
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