Como decíamos en la anterior entrega, en ésta veremos
algo sobre la libertad, las personas escépticas y sobre la evidencia.
Decía el inmortal Séneca que lo que opinaba la gente
no debía de contarse, sino pesarse. Con esto quería decir que las opiniones no
valen lo mismo. Esto está sobradamente demostrado porque hay algunos que
“cambian de opinión”, y otros, otras y “otres” porque son tontos, tontas y
“tontes”. Por tanto, habrá que tener cuidado con quienes hablen de libertad,
por ejemplo.
Luego están les personas escépticas, que en realidad
no respetan y rechazan las opiniones, con lo que nos encontramos que según esta
gente no se podrá nunca conocer la verdad, ya que dicen que nada se puede
proclamar y garantizar con seguridad, con evidencia, con certeza, etc.
Hay otros, otras y “otres” que dice que sólo creen en
lo que ven. Monstruosidad grande, ya que si no vieron a sus padres, ¿de dónde
vienen? Como no vieron a Séneca, a Calígula, a Napoleón, a Pilatos, a Pitágoras,
a Viritado, a Audax, a Ditalco, a Minuro, o a la ciudad de Cafarnaún, o a los
dinosaurios, no habrán existido.
Y si muchos, muchas y “muches” nunca vieron partículas
como átomos, moléculas, etc, tampoco creerán que existan, por mucho que digan
los científicos o testigos de las cosas.
En fin, la verdad es el ajuste y la conciliación entre
el intelecto y la realidad, siempre y cuando ésta sea reconocida. El monstruoso
Lenin, cuando le decían que sus teorías estaban fuera de la realidad, contestó:
“lo siento por la realidad”. Y así pasó lo que pasó, aunque aún hay
muchos, muchas y “muches” que siguen adorando a este monstruo, diciendo que era
un “genio”, o el “personaje más importante del siglo X X”.
Y para terminar, decir que hay muchos, muchas y “muches”
que pretenden que se les admire, aunque sea contando mentiras. Ya decía
Sócrates que la verdad nunca hay que refutarla.


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