Así se
intitula el libro de Jesús Hernández, Editorial G. del Toro, 1.974, 231 páginas
incluido Índice.
Al proclamarse
la II República en 1.931, asume la dirección del diario comunista Mundo Obrero, siendo
designado miembro del Buró político del PC.
En las
elecciones de febrero de 1.936 es elegido diputado por Córdoba, y
posteriormente, con la guerra ya comenzada, forma parte del gobierno de Largo
Caballero, desempeñando el cargo de ministro de Instrucción Pública hasta mayo
de 1.937.
En el gobierno
que presidió Juan Negrín fue ministro de Instrucción y Sanidad, siendo
designado posteriormente, en 1.938, comisario general del Ejército Centro-Sur,
cargo que ocupó hasta la sublevación del coronel Casado.
Al terminar la
guerra, emigró a la URSS, en donde permaneció hasta 1.944.
Como se ve en
esta pequeña reseña, el autor no tiene nada de “fascista”.
Jesús
Hernández, y toda una pléyade de desencantados comunistas, como Trotsky,
Bordiga, Andreu Nin y un larguísimo etc, fueron calumniados, ultrajados,
tildados, como siempre, de “agentes del imperialismo” y algunos de ellos
asesinados por decir la verdad: que la URSS era el país de la gran mentira.
Simplemente se atrevieron a denunciar todo el terror y el horror del sistema.
Nos cuenta
Jesús el episodio estremecedor de los niños que fueron a Rusia: sus
enfermedades, sus trabajos forzados, etc, etc. Llama la atención la negativa de
La Pasionaria a que muchos de esos niños, que sus familiares querían que
regresasen a España, pudiesen hacerlo. "No
podemos permitir que salgan de aquí como furibundos antisoviéticos",
decía la individua. Algunos de estos niños regresaron a en 1.956, una vez
fallecido el criminal Stalin, con el que La Pasionaria tenía mucho “feeling”.
Dentro del
capítulo II, página 65, se puede leer:
“En Moscú
es imposible saber nada de nada. En toda la URSS sucede igual. El ciudadano
extranjero que viva unos meses consecutivos en los dominios de Stalin termina
por olvidarse hasta de la rotación de la Tierra. Ni prensa extranjera, ni
radio, ni informaciones del mundo, ni rumores o cuchicheos, ni declaraciones de
políticos, ni indiscreciones de “allegados”. Nadie habla. Nadie sabe. Nadie
dice. Nadie curiosea ni se preocupa por enterarse, pues saber algo es peligroso. Si algún indiscreto
pregunta la cosa más inocua corre el riesgo de verse detenido por sospechoso de
espionaje. Se vive en el más definitivo de los limbos. Las noticias de Izvestia o de Pravda dicen sólo lo que quieren decir
e informan de lo que quieren que se entere la opinión pública. Como no existe
posibilidad humana de conocer distintas opiniones de las oficiales, resulta que
la política soviética siempre es la más justa y adecuada y que lo que dicen,
hacen o dejan de hacer las potencias extranjeras es abominable o es estúpido.
El ciudadano soviético no conoce otra verdad que la establecida por la sección
de propaganda del Comité Central del Partido Bolchevique. El juicio de las
gentes es dirigido hacia unas conclusiones preconcebidas. Puede creer o no
creer, pero no tiene más base de orientación que el instinto. Resulta casi
imposible enterarse de lo que sucede en casa del vecino, del acontecimiento
ocurrido a diez pasos de nuestro lugar habitual. Un pueblo puede ser trasladado
íntegramente a Siberia y se necesitarán meses enteros para que los propios
parientes que habiten a diez leguas de distancia se enteren del hecho”.
Del Capítulo I
destacaríamos los apartados “El
estado especulador”, “Lujo
y miseria”, “Corrupción
sexual en la URSS”, “Un
pueblo sin libertad y un régimen sin democracia”.
No los
transcribimos porque sería muy largo. No merece la pena.
En fin, y como
siempre decimos, libro recomendado para los “historieteros” de salón “bien
pagaos” del régimen y para todos aquellos mentirosos que no cesaron, ni cesan,
de decirnos hasta la saciedad que la URSS ayudó a la II República Española para
defender las libertades y la democracia.
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