Ya hemos comentado
varias veces en este blog el desastroso sistema educativo impuesto por José
Luis R. Zapatero, y por el que está ahora en la poltrona "monklovita"
Y como diría aquel humorista argentino, Joe Rígoli, “Yo sigo”. Y seguimos
porque pensamos que este es el tendón de Aquiles de la actual deriva de la
sociedad.
Como recordarán, según
el informe PISA, España ocupa uno de los últimos lugares de Europa en varios
aspectos de la educación, tales como un bajísimo rendimiento, así como un
elevado porcentaje en abandono y fracaso escolar. Para eso está la educación
para la medianía, oiga.
La crisis educativa es
tan brutal como la económica, aunque muchos, muchas y “muches” las hayan
negado, como ya es sobradamente sabido. Y por negar que no quede: jamás se
admitió que el susodicho sistema educativo público es de los más caros
siendo, obviamente, poco rentable.
Esta negación política
del desastre educativo, tiene su origen en que los encargados políticos de
velar por el buen funcionamiento de la educación, han montado en su día una
serie de mecanismos de corte burocrático, y no digamos ya nada, los de corte
político-social-administrativo, con el objetivo de que se oscureciese u
ocultase dicho fracaso.
Para que no se viese el
desastre, se recurría, y se recurre, a “recomendar” a los directores de los
centros que los porcentajes de suspensos sean los menores posibles. Es decir,
hay que aprobar no por lo que se sabe, sino por el porcentaje establecido.
Otra cosa también era, y
es, que los aprobados en las asignaturas más difíciles fuesen por decisión del
claustro de profesores, aunque el alumno hubiese suspendido.
Otro asunto grave en la
educación es la negación del derecho a elegir centro. Si echamos un vistazo a
la LODE (Ley Orgánica Reguladora del Derecho a la Educación) felipista de
1.985, en el Preámbulo dice:
“La extensión de la
educación básica, hasta alcanzar a todos y cada uno de los ciudadanos,
constituye, sin duda, un hito histórico en el progreso de las sociedades
modernas. En efecto, el desarrollo de la educación, fundamento del progreso de
la ciencia y de la técnica, es condición de bienestar social y prosperidad
material, y soporte de las libertades individuales en las sociedades
democráticas. No es de extrañar, por ello, que el derecho a la educación se
haya ido configurando progresivamente como un derecho básico, y que los estados
hayan asumido su provisión como un servicio público prioritario.
Por las insuficiencias de su desarrollo económico y los avatares de su
desarrollo político, en diversas épocas, el Estado hizo dejación de sus
responsabilidades en este ámbito, abandonándolas en manos de particulares o de
instituciones privadas, en aras del llamado principio de subsidiariedad. Así
hasta tiempos recientes, la educación fue más privilegio de pocos que derecho
de todos”.
Es decir, como puede
verse hay un falsa inversión del principio de subsidiariedad que, como es
sabido, dice que un asunto o problema debe ser resuelto por la autoridad más
próxima, al negar que el derecho a educar a los hijos, sea de los padres,
siendo el propio Estado el que se otorga a sí mismo tal derecho.
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