Este
libro trata sobre varios escritos del marxista italiano Antonio Gramsci,
Editorial Fontanella, S.A., 1974, 172 páginas incluido Índice. Hemos escrito varias
veces en este blog sobre esta persona, como habrán podido ver.
Como sabrán, si bien contradecía a Lenin hasta
cierto punto, era partidario de otro tipo de terrorismo: el intelectual. Sobre el italiano, otro compatriota suyo,
Palmiro Togliatti, diría que “es un
poderoso retorno al auténtico pensamiento de Marx” (página 17) Efectivamente: su fanatismo y su odio a la religión
provenían de la doctrina del judío.
Como
ya se sabe, España es una nación sin lectores. Esto hace que al “pueblo
soberano” le falte instrucción y cultura, con lo que es fácil engañarle porque
carece de la más mínima comprensión para leer, lo que trae como consecuencia
que el texto más simple que se pueda imaginar, se convierte en un galimatías
indescifrable, originando unas mentes manipuladas y explosivas.
Si
bien el comunismo ha fracasado, porque sus pilares no contemplaban la propiedad
privada, la familia, la religión y la libertad, el ateísmo marxista campa por
sus respetos en el mundo actual. Y en esto ha tenido mucho que ver la
estrategia de Gramsci, intentando, sólo intentando, un acercamiento entre
cristianos y marxistas. Pare ello se valió de una falsificación: la de mostrar
al comunismo como un sistema abierto y tolerante dispuesto a sacrificar parte
de su doctrina en aras del desarrollo de una nación. Nada más falso porque el
Estado marxista persigue el sometimiento de las masas anulando, obviamente,
todo lo que huela a libertad y a derechos. Todo ello se conseguirá mediante la
manipulación y ocultamiento de la verdad (“La
mentira puede ser una buena arma revolucionaria”, Lenin dixit).
En
las páginas 21 y 22 se lee:
“En el período
actual, el Partido comunista es la única institución que puede compararse
seriamente con las comunidades religiosas del cristianismo primitivo; dentro de
los límites en los que el Partido existe ya, a escala internacional, se puede
intentar una comparación y establecer un orden de juicios entre los militantes
de la Ciudad de Dios y los militantes de la Ciudad del Hombre. El comunista,
ciertamente, no queda por debajo del cristiano de las catacumbas. Al contrario,
el fin inefable que el cristiano proponía a sus campeones es, por su sugestivo
misterio, una justificación plena del heroísmo, de la sed de martirio, de la
santidad; no es necesario que entren en acción las grandes fuerzas humanas del
carácter y de la voluntad para suscitar el espíritu de sacrificio de quien cree
en el premio celestial y en la felicidad eterna. El obrero comunista que,
desinteresadamente, durante semanas, meses y años, tras ocho horas de trabajo
en la fábrica, trabaja otras ocho horas para el partido, el sindicato ola cooperativa,
es, desde el punto de vista de la historia del hombre, más grande que el
esclavo o el artesano que desafiaba todos los peligros para acudir a la reunión
clandestina de la oración. De la misma manera, Rosa Luxemburg y Karl Liebknecht
son más grandes que los más grandes santos de Cristo. Precisamente porque la
finalidad de su militancia es concreta, humana y limitada, los luchadores de la
clase obrera son más grandes que los luchadores de Dios. Las fuerzas morales
que sostienen su voluntad son tanto más desmesuradas cuanto más definida es la
finalidad propuesta a la voluntad”.
Si, como decíamos antes, no hay una mínima
instrucción y cultura, el presente texto se convierte en una bomba explosiva
intelectual.
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