martes, 28 de noviembre de 2017

“La dictadura progre. Apuntes de un reaccionario” ( I )


Así se intitula el libro de Pablo Molina, Editorial Sekotia, s.l., 2.006, 248 páginas.

Este magnífico libro que, como ya hemos dicho un montón de veces, es raro encontrarlo en las librerías, se lo recomendamos a los "progres" de salón y para los jóvenes “estupefactos” y “botelloneros” que portan imágenes del Che Guevara, y que protegen su úvula con el pañuelo palestino. 

También les viene muy bien a los de la farándula progresista, que no cesan de mofarse de los auténticos valores éticos y morales que defendemos muchos millones de españoles. Lo curioso del caso es que dicha mofa la hacen a costa de nuestros impuestos.

Para empezar, qué mejor que transcribir lo que se lee en la contraportada del libro:

“Pablo Molina estudia en este libro las claves del fenómeno contracultural del progresismo y la forma en que ha acabado destrozando la cultura y moral occidentales.

El progre actual es el nieto marxista clásico, igual de sectario que aquél aunque situado un peldaño más arriba en el nivel de sus majaderías.  Es lo normal cuando, en materia de formación, se sustituyen toneladas de literatura granítica sobre dialéctica marxista por los sesudos debates de Crónicas Marcianas.

El progresismo es una religión. Laica, pero una religión al fin y al cabo, con sus dogmas, sus numerosas congregaciones, sus profetas y sus verdades reveladas. Tal vez por ello, los vicarios de la secta se atreven a dictar al mundo diariamente cómo debe conducirse. Sin embargo, por alguna extraña razón, ninguno de los referentes intelectuales de la progresía contemporánea se siente obligado a observar en su conducta privada aquello que exige con tanta fiereza e los demás. En el presente libro encontrará el lector múltiples y divertidísimos ejemplos de esta curiosa forma de interpretar la moral pública, de Almodóvar a Ramoncín pasando por Noam Chomsky y el resto de los bobos solemnes que integran el submundo de la farándula.

La dictadura progre es, además un sugestivo alegato a favor de la libertad individual y una útil herramienta para enfrentarse con éxito a los embates del gregarismo colectivista patrocinado por la izquierda.

Pero tal vez el mejor argumento para recomendarlo sea éste: Pep Rubianes jamás lo compartiría”.


Continuará.







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